Tocaba ponerse las pilas con Denis Villeneuve, uno de los autores más fructíferos y atractivos actualmente, y me demuestra su asombrosa polivalencia para contar historias de cualquier género, además de corroborar su talento visual y su nervio latente para fabricar escenas vibrantes y tensas. El límite de la ética, la disyuntiva sobre quién tiene menos escrúpulos, si los villanos o quienes se enfrentan a ellos, y el regreso a los terrenos más oscuros y pantanosos del ser humano vuelven a ser parte del sello del realizador canadiense.
El arranque es estremecedor. Asistimos desde la competente pero aún inocente perspectiva del personaje de Emily Blunt al súbito impacto que produce una aterradora recopilación de cadáveres, los cuales están escondidos tras las paredes de la casa que sirve de escenario en una primera escena feroz. Su atónita y sobrecogida mirada vislumbrando el infierno en la Tierra es la que se nos expone durante el resto de la película, que a cada paso que da hacia el clímax nos irá sugiriendo que si eso es lo que nuestra vista es capaz de alcanzar, qué terrores serán los que cuya existencia desconocemos. Nuestro espejo en la pantalla es una agente que se sumerge en las más profundas esferas del narcotráfico, su curiosidad será nuestra réplica, y su imposibilidad de acceder a la verdad detrás de todo lo que huele mal en su misión nos condicionará para mantener la atención expectante.
La pesadilla se agrava en cuanto a las verdaderas intenciones y métodos del equipo con el que está trabajando, igual de recónditas que los cuerpos de esa escena inaugural. Cada intrusión en terreno hostil marca un paso adelante hacia la inquietud, hacia la sensación de estallido en el momento más inesperado por parte de cualquiera de los elementos que entran en acción. Muy verosímil el tratamiento hacia los beneficios y repercusión social de la droga, de la extensa red que entra en juego durante el tráfico, y de la incapacidad por arañar a sus responsables con lo que dota la ley. Lo cual convierte esta grotesca crónica en una lucha de monstruos contra monstruos.
Con un guion muy académico y nada novedoso, en el que si bien hay cierto bajón de ritmo durante el nudo, y el personaje protagonista se desinfla en favor de la ruda y exorbitante presencia del acometido por Benicio del Toro, 'Sicario' se mantiene erguido como un magnífico ejercicio de cine negro árido, que toma prestadas proclamas más propias del género bélico, con toques políticos, ejecutado para dar aliento a la intriga, que no se corta un pelo sobre el asunto que está denunciando, y que echa por tierra el idealismo y la benevolencia cuando son sometidos a la crueldad y sadismo.
7,75/10
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