Dos décadas después de su estreno, mantiene intacto su encanto mugriento y su charlatana y atractiva incorrección. Danny Boyle nos ofreció una divertida y estimulante dosis de mal comportamiento, de repugnante abatimiento e irreverente violencia. Una película que actúa sobre el espectador como la droga que contextualiza toda su historia: como un enorme y enérgico subidón.
Una realización estupenda, acompañada de un ritmo y montaje eléctricos, sin olvidar la acertadísima banda sonora y la puesta en escena transgresora que te cagas. Hay mucha creatividad y dominio de lo visual en ella, una minuciosidad por los instantes perfectos bien programada, diálogos propios de quien está en el clímax del colocón, lúcidos y triviales a la par, y un elenco que funciona como elementos químicos proporcionadamente mezclados. Y que todo ello marque una esencia única, un sabor distinguible. 'Trainspotting' es como si a un grupo de punk anarquista le entrara la inspiración para interpretar a Vivaldi.
En la narración hay una férrea defensa por sus protagonistas, a los que sobreprotege pese a su dudoso estilo de vida con tal hipérbole como el padre que consiente a un hijo desobediente. No hay juicios morales ni éticos. "Choose life" es el lema con el que parte la película, pero en el fondo los chicos son como son, y los acontecimientos que les suceden no son culpa de ellos, sino de sus adicciones y de la vida que les ha tocado vivir, que no han elegido. Al menos hasta que todo se va de una vez por todas a la mierda y Renton se da cuenta de que le está siendo infiel a la filosofía inicial con la que nos engancha. Y decide elegir.
Hay aroma de circo de los horrores en ella. Es un entretenimiento que nos muestra lo dulce y divertido de la adicción, el colorido universo en el que te sumerge, y lo terrible que hay detrás de ella. Te mete de lleno en la miseria de la droga sin recrearse en ello, no hay apología social ni una condena explícita. Es una película que habla de acciones y consecuencias, de que el placer fácil e irresponsable trae unas consecuencias, de que la gente acude a ese placer por lo agradable que resulta, no por ser gilipollas.
Uno de los relatos más respetables sobre el submundo y sobre la miseria, que se toma tan en serio a los yonquis que el único personaje que carece de valores morales es el que no está enganchado (si sacamos de la ecuación al alcohol y al tabaco, socialmente aceptados, claro). Una película en la que el optimismo y el pesimismo van hermanados. Es difícil salir indemne de ella. Tan grande, que Danny Boyle no volvió a ser el mismo.
9/10
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