martes, 14 de febrero de 2017

Passengers. (Morten Tyldum, 2016)

Reconozco que tanto el primer acto como el gancho dramático me sorprendieron, me eran totalmente inesperados. Entonces, después de entrar a verla con pretensiones bajitas, decidí darle una oportunidad. La ilusión de creer que es un producto estimable se derrumba en cuanto me cuela la historia de amor, no por el romance en sí mismo, sino por lo forzado que resulta, porque a los personajes no se les da la oportunidad de recorrer otro camino dramático, y nos lleva a una especie de bella durmiente después de haber despertado.

Lo malo de la película es que te presenta una situación extrema de supervivencia y la deja de envoltorio para sumirse en la relación entre los dos pasajeros despiertos de la nave, en sus idas y venidas, y en el más que obvio camino que van a recorrer juntos. No ayuda a la buena resolución que Chris Pratt funcione mejor en pantalla cuando está él solo que cuando aparece el personaje de Jennifer Lawrence. La narración no les ofrece mucho que hacer más allá de enrollarse durante gran parte de la película, y se echa por tierra toda la clave de náufragos estelares. Todo lo que se había construído en el planteamiento, las dudas de por qué Chris Pratt ha despertado 90 años antes de lo previsto, o por qué hay ciertos fallos en los ordenadores y máquinas de la nave que les lleva a su destino, quedan menguadas y olvidadas hasta que la trama decide dar un giro algo tardío. 


A esas alturas, la película ha dejado varios agujeros de guion y demasiadas dudas para poder resolverlas de una manera coordinada y satisfactoria. Básicamente, se ha perdido demasiado tiempo en ese romance exprés, y las preguntas planteadas en el inicio son resueltas a matacaballo. Incluso apaña la cosa introduciendo un tercer personaje humano que acelera la transición hacia el tercer acto cuando el propio guion se había enfangado lo suficiente para bloquear cualquier camino viable. Eso es trampa. 


No hay mucho brillo que sacar de ella. Es un entretenimiento obsoleto y pasajero, que abre con ideas prometedoras y cierra con una excesiva carga de torpezas, como quien plantea una ecuación y se equivoca en la primera pauta de resolución: el resto de cuentas pueden estar bien hiladas, pero llevan ese lastre hacia la conclusión errónea. Y eso sin ahondar en pequeñeces como que estés flotando en el espacio y que dentro del casco de astronauta haya gravedad para que tus lágrimas recorran hacia abajo tu mejilla. 

5,25/10


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