Cuanto más sucia, más bella resulta, y cuánto más loca se vuelve, más emocionante. 'Fury Road' es un ejercicio de pureza extrema, condensa en sus dos horas de metraje toda la intensidad, virtud y desahogo que el cine de acción debe poseer. Lo hace sumando un ritmo narrativo vertiginoso, que apenas necesita pretexto para arrancar y meternos de lleno en la rabiosa inquietud de sus personajes, y una poética visual que va más allá de las persecuciones y la destrucción, dotando de sentido y significado a cada una de sus imágenes.
'Fury Road' es feminismo, es radicalidad. Hay mucho más mensaje político y social en ella de lo que aparenta. Es la epopeya de un grupo de mujeres guiadas por Furiosa, uno de los personajes más reivindicables de los últimos años, que huyen de las misóginas garras del apocalipsis comandado por Immortan Joe, y apoyadas por Max, cuya labor se limita a sobrevivir al caos y a hacer lo que cree que es justo, sin marcarse el papel de héroe o salvador, consciente de que es una lucha con la que se ha cruzado y en la que ha decidido participar, pero que no es su lucha. Entre ellos la comunicación, el respeto o el desprecio se basa más en gestos y miradas que en palabras. Lo visual prevalece, como en cada una de las grandes obras maestras audiovisuales. En un escenario desértico, gótico, voluptuoso y febril, cuya recompensa final en un mundo que está sumido en la mierda pasa por derrotar o ser derrotados, donde las consecuencias no pasan por las medias tintas.
Su montaje es pulcro y milimétrico, acompasado con una banda sonora que ejerce una excelente labor de contexto y dimensión, técnicamente es una prodigiosa y gozosa artesanía, que todo el sentido que tiene es precisamente el de carecer de sentido alguno, o al menos hace valer una lógica macarra que provoca hiperventilación. La producción artística es inconmensurable, y atiende a detalles deliberadamente sutiles pero colocados como piezas indispensables para que el motor ruja con toda su potencia. Para postre, la batalla está ambientada por heavy metal on screen, haciendo acopio de los músicos que esculpían fanfarrias para engrandecer su bando y empequeñecer al enemigo en las guerras medievales, dibujando con pasión el fanatismo al que están sometidos los personajes. Con la satisfacción de que toda la salvaje desmesura atiende a un orden perfectamente planificado y ejecutado.
No deja aliento, George Miller, a sus 70 años, nos regala un espectáculo difícilmente superable, que se limpia del infantilismo y amaneramiento al que está siendo sometido un género cada vez más entregado a la susceptibilidad de cierto tipo de público, y que una vez purgado de ello se mete de lleno en el polvo y en el fango de los que hace su terreno de juego. Una revolución con todo el sentido de la palabra, un grito de rebeldía, un tremendo puñetazo con toda la intención de crear contusión.
10/10
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