miércoles, 13 de enero de 2016

La ventana indiscreta. (Alfred Hitchcock, 1954)

Es increíble lo mucho que se puede contar en el cine con un ahorro tan descarado de medios narrativos. Apenas un escenario (la habitación donde reposa el malherido protagonista) con un escaparate (la ventana por la que vislumbra el patio de vecinos) es lo que Hitchcock necesita para esbozar una historia que, como casi siempre en su filmografía, es la excusa para tratar disimuladamente el amor. 

Ya en la primera secuencia somos testigos de cómo se usa la cámara con un breve recorrido por el escenario en el que se nos va a enclaustrar durante el resto de la película para describirnos al personaje de James Stewart: una cámara fotográfica profesional rota, un par de fotos de carreras de coches, la sugerencia de un accidente, y una pierna escayolada. Sin articular palabra. No se necesita nada más para meternos en la piel de un hombre acostumbrado al trabajo permanente que se ve forzado a pasar varias semanas en reposo y que se aburre como una ostra.

En esta ocasión, el suspense se mantiene a lo largo del film con un estilo muy distinguible del realizador: el voyeurismo dentro del cine, que no es sino otro ejercicio de cotilleo por parte del espectador, por lo tanto, el voyeur que observa al voyeur. Así pues, de una manera sencilla y curiosa, nos ponemos en la piel de alguien cuya función en la trama es observar lo que pasa delante de sus narices, y cuya cabeza va forjando las historias que sus vecinos, y no él, van resolviendo. El punto de vista escogido para enmarcar los sucesos, siempre en plano general, genera una morbosa expectativa que, como dijo Truffaut, acerca la vida al cine, puesto que nosotros siempre miramos en ese tipo de plano, y el cine nos convierte en fisgones. Por otro lado, tenemos los dos personajes femeninos que le acompañan: su novia, interpretada por Grace Kelly, y su enfermera (Thelma Ritter), que se mantienen escépticas ante las absurdas conjeturas del lesionado acerca del homicidio de una mujer en uno de los pisos en los que tiene la vista puesta, hasta que finalmente se vuelven cómplices de tales suposiciones.


Como dije al principio, este uso de medios más bien mínimo, en el que serán los personajes de fondo y no sus protagonistas quienes desarrollan las acciones más importantes, no es más que un señuelo, o McGuffin, para hablar de lo que realmente le importa a Hitchcock: la lucha por perpetuar el amor entre un hombre deseoso de aventuras que no quiere ataduras y una mujer que no está dispuesta a abandonar su posición en la alta sociedad. 


Es de las películas del director que más me han gustado, aunque sigue sin hacerle sombra a mis favoritas, 'Psicosis' y 'Con la muerte en los talones'. Pero resulta ser un visionado interesante, con un legado importante e indiscutible. 

8/10


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