miércoles, 30 de noviembre de 2016

Green Room. (Jeremy Saulnier, 2015)

La premisa de banda de punk encerrada en una habitación de un local de neonazis, en la cual se ha cometido un homicidio del cual han sido testigos, y que el dueño no quiera dejarles vivos para contarlo, es suficientemente potente para llamarme la atención. Y bueno, tiene gancho, hay cierta desvergüenza y pulso, en alguna ocasión sabe por dónde van los tiros para manejar la tensión,... Pero finalmente se queda descafeinada.

A bote pronto, me gusta que las potenciales víctimas de la agresiva pandilla fascista cometan torpezas y que estén cagados de miedo, y que ello se evidencie en conductas a veces absurdas, y a veces porque no les queda más remedio. Tampoco es que te den pie a querer que alguno de ellos se salve de tal marrón, más aún cuando pese a su ingenuidad por meterse en un sitio así siendo quienes son vayan provocando al personal. Estás deseando que en algún momento llegue un estallido de violencia gratuita que realmente te haga agitarte en el asiento. Pero es que ese momento nunca termina de llegar. Hay violencia, hay sangre y hay conteo de muertos, pero nunca sobrepasa el límite mínimo de crueldad necesaria. Y creo que esa es la clave. Me hubiera gustado más ensañamiento por parte de los malos para querer que recibieran su merecido, y que eso acabara con un éxtasis de reventar cráneos y de repartir cuchilladas viscerales. Pero joder, hay más redenciones y dedos de frente por parte de los villanos que por parte de los protagonistas, y eso no me ayuda a empatizar con la causa de las víctimas.


Los actores casi que ni cumplen su cometido. Anton Yelchin se pasa toda la película asustadizo y lloriqueando, mientras que el veterano Patrick Stewart parece aburrirse. Además, la película está estructurada como una película de terror gore, en la que los protagonistas van cayendo uno a uno a manos de la amenaza externa. Le hubiera venido mucho mejor utilizar la fórmula Peckinpah de 'Perros de paja', en la que la violencia está originada por el propio odio y naturaleza de los agresores. En un producto cinematográfico como éste no me vale con que los malos sean nazis o defensores de la supremacía blanca, me tienes que dar motivos tangibles de querer que sufran el más horrible de los finales, y la película no me aporta esa causa. Tampoco acabé de encontrar la claustrofobia dentro de las cuatro paredes en las que se desarrolla la parte más importante del metraje. A la película le sobran intenciones y le falta inquina. 


La película no deja de ser divertida, algo no muy complicado ofreciendo lo que ofrece. Pero se queda muy lejos de alcanzar su potencial y de colmar sus pretensiones. No impacta, no aporta nada que no hay visto antes en dosis mucho mejor administradas y planificadas, y me duele en el alma que una película que tiene los ingredientes que esta posee quede tan edulcorada.

5/10


lunes, 28 de noviembre de 2016

Harry Potter y la piedra filosofal. (Chris Columbus, 2001)

Tras confirmarse que el libro se había convertido en un rotundo éxito de ventas, y que daba para franquicia literaria, no se tardó en aprovechar el entusiasmo de toda una generación de jóvenes lectores para llevar la historia de Harry Potter al cine. El resto es historia: la Warner le hincó el diente, J. K. Rowling supervisaría todos los aspectos clave de la adaptación (hasta el punto de eliminar rápidamente la idea de que fuese dirigida por Spielberg), y la saga involucraría a gran parte de los grandes actores y actrices británicos consagrados, aparte de presentarnos a nuevas caras que hoy en día son estrellas mundiales.

La película hizo las delicias del fandom, y de paso atrajo a otros tantos millones de espectadores que aún no habían descubierto lo que eran Hogwarts, muggles, el Quidditch, el callejón Diagon o el andén 9 y 3/4. La producción y el derroche artístico son descomunales, la fe en el proyecto tiene una firmeza demoledora. La transformación de las páginas al celuloide es magnífica, sabe qué pasajes del libro debe dilatar, cuales adecuar y cuales otros eliminar directamente (aunque ojalá Peeves). Técnicamente, y nunca mejor dicho, es pura magia. Aunque a día de hoy algunos efectos visuales quedan algo desfasados, siguen teniendo un atractivo irresistible. Y no hay que olvidar el gran papel de la banda sonora de John Williams, todo un lujo que ayuda a conformar una fantasía fascinante.


La dirección a cargo de Chris Columbus es muy correcta y lineal. Ante tal megalítica obra, ni se complica ni trata de destacar. Sabe muy bien qué clase de producto está tratando y a quienes va dirigido, por lo que deja que sean los propios prodigios del mundo que tiene en sus manos los que cautiven al espectador. Por otra parte, y pese a su experiencia trabajando con niños, está tan encantado con su reparto de infantes que en muchas ocasiones se olvida de dirigirles correctamente, y le salen escenas más bien propias de una obra de teatro de instituto. Gestos y reacciones demasiado marcadas, frases reiterativas con cosas que ya vemos en pantalla, incluso si afinas el ojo podrás ver a algún chaval repitiendo de memoria con los labios el texto de alguno de sus compañeros.


Y sí, qué mojigato es y qué poca capacidad tiene Daniel Radcliffe. Y sin embargo, pese a sus déficits, asimilamos con naturalidad que él es Harry Potter. No hay otro. La mente colectiva rápidamente asumió sin peros su rostro como el del "niño que vivió". Ojito, que en el terreno de algunos actores consagrados también hay carencias de dirección. Robbie Coltrane es maravilloso como Hagrid, pero hay algún defecto de forma en algunos de sus diálogos que le dejan con el culo al aire y el hombre no sabe cómo resolverlos (ese momento en que el trío protagonista descubre cómo enfrentarse a Fluffy, y al pobre hombre no se le otorga por medio de directrices adecuadas una correcta reacción física que acompañe a sus preguntas de a dónde van tan rápido). Y el enfrentamiento final con (SPOILER venga, ¿en serio a estas alturas hay alguien que no sepa quién es el enemigo final?) Quirrell está planificado de tal forma que invita a la sobreactuación por parte de Ian Hart. Aunque como la película tiende levemente al maniqueísmo y el tono no deja de ser de aventura infantil, la actitud forzada de algunos personajes encajan con el conjunto (Fin del SPOILER). Por otra parte, las interpretaciones de Maggie Smith como McGonagall, Richard Harris como Dumbledore y Alan Rickman como Snape no solo aportan veteranía y tablas, sino que resultan maravillosas y otorgan un sólido respaldo a los novicios que soportan el peso de la película. 


'Harry Potter y la piedra filosofal' es el comienzo perfecto para la franquicia. Tiene espíritu de aventura y misterio juvenil, te sumerge completamente en el universo creado por J. K. Rowling, con el tiempo se sigue disfrutando como la primera vez, y su inocencia, sencillez y pureza comparadas con sus secuelas más turbias son una delicia. 

7,5/10


domingo, 27 de noviembre de 2016

Harry Potter y la piedra filosofal, de J. K. Rowling.

¿Reseñar a estas alturas el libro más leído por toda una generación? Pues sí. Estoy en pleno proceso de regresar a las mismas páginas que me llevaron al mundo mágico creado por Rowling hace 15 años y que, como la de muchos otros, marcó mi adolescencia. Junto a ello, me estoy revisionando las pelis conjuntamente para ver hasta qué grado mantienen la fidelidad, aunque ese análisis irá en los posts oportunos de las versiones cinematográficas.

Lo primero que me llamó la atención ya en el primer capítulo y que es una de esas cosas en las que no reparé cuando entré por primera vez en este universo es en la mención de Sirius Black. Esto ya me hace pensar que en la mente de la autora está implantada la idea de saga, de un mundo mucho más extenso y rico de personajes de los que en este primer capítulo de la saga puede manejar. Porque 'La piedra filosofal' no deja de ser un cuento juvenil, con una escritura muy rápida y limpia, sin apenas adornos, en el que prevalecen las acciones sobre las descripciones. Toda la magia, hechizos, misterios o seres mágicos que se van sucediendo quedan relegados a marcos anecdóticos. Excepto el Quidditch, que parece ser el descubrimiento mimado de la escritora y da todo tipo de detalles sobre el deporte estrella de los magos, los distintos encantamientos, criaturas (aparecen duendes, fantasmas, el poltergeist Peeves, centauros, el dragón Norberto,...) o lugares fascinantes se enclaustran en rincones episódicos y la narración no les da mayor importancia. Pero no por ello el conjunto deja de ser asombroso.

Rowling es muy consciente de que esta primera historia es el inicio de una posible saga, pero es cauta en tal ambición. Amortiza cada página con extrema diligencia, prepara el terreno durante medio libro y no nos sumerge en el escenario principal, Hogwarts, hasta casi llegada la mitad de la historia. Prioriza la ambientación y la historia del "niño que vivió" que descubre su verdadera naturaleza mágica a los 11 años a exhibir todo ese nuevo mundo en el que se adentra, y por el momento va dando por sentado que los jóvenes escritores tienen suficiente cultura de la ficción fantástica para hacerse una idea de los contextos en los que les sumerge. Como ya he dicho, la rapidez con la que debe fluir la trama es bastante urgente. Para muestra, la celeridad con la que Hermione pasa a ser la compañera de clase pedante y sin amigos a formar parte del inseparable trío protagonista, asunto que se resuelve en apenas tres páginas en las que se pasa de un comentario inoportuno de Ron que hiere los sentimientos de la chica y hace que se aísle, a que se una a él y Harry tras el enfrentamiento con el troll en los baños. Con esto quiero referirme a que si la cosa se hubiese quedado en este primer libro, tendría una integridad redonda y terminada.

La profundidad de los personajes también queda en un segundo plano, excepto en el caso del propio Harry, con el que rápidamente empatizamos gracias al recurso de niño que nunca ha recibido muestras de afecto y que sin embargo mantiene en privado sentido del humor y ganas de explorar. Las acciones de cada uno de ellos son la principal técnica de presentación, y cada personaje se hace inconfundible por algún elemento representativo y rápidamente identificable. Sin demasiada complicación sabemos de Ron que será un amigo fiel y el alivio cómico, que Hermione es la más inteligente del grupo, que Draco es el bullying encarnado, que es imposible no odiar a los Dursley siendo la mofa de la familia nuclear acomodada y conservadora, que Hagrid es un ser bienintencionado y noble pero tosco, o que el profesor Snape va a ser la diana a la que apuntar cuando algún misterio se vuelva turbio (y finalmente que no hay que dar nada por sentado). Cada aparición de Dumbledore está dotada de cierta embriaguez divina o etérea, y su sabiduría se dibuja como algo inalcanzable. De Voldemort apenas sabemos que en el pasado instauró un periodo negro, que mató a los padres de Harry, y que el mundo mágico teme incluso pronunciar su nombre. Suficiente información para tener configurado al villano, no necesita explayarse en su mitología. No se ahonda en los secundarios, pero se dejan breves estelas de su interior, como cuando se intuyen los deseos de grandeza de Ron cuando se ve reflejado en el espejo de Oesed (o Erised) o su resignación a pertenecer a una familia pobre cuando por ejemplo el libro nos presenta la humildad de sus regalos de navidad, a lo que sigue el paquete que recibe Harry con la capa de invisibilidad. Me gustan mucho esos detallitos que va dejando Rowling sobre quienes rodean al protagonista, sin necesidad de entrar directamente en su interior. 

En esta primera aventura nos vamos encontrando contínuamente con esos patrones que hacen intuir el rebosante conocimiento que tiene la autora sobre el universo que está presentando, pero que está reservando para más adelante si es que las ventas le dan esa oportunidad. Y vaya si se la dieron. Porque después de visitar y descubrir Hogwarts junto a Harry como si fuera un hogar, ¿quién no querría regresar de nuevo para seguir averiguando qué esconden sus innumerables muros?


jueves, 24 de noviembre de 2016

Que Dios nos perdone. (Rodrigo Sorogoyen, 2016)

De otra cosa no, pero de talento y escuela para realizar cine negro entretenido, de calidad y que además invite a la reflexión, en España nos estamos sobrando. Al rebosante saco de títulos como 'Celda 211', 'La isla mínima', 'Grupo 7' o 'Tarde para la ira', se le suma ahora 'Que dios nos perdone', una película con un clima inquietante, que indaga con pulso firme en la miseria y la culpabilidad a través de una investigación policial donde los protagonistas a los que nos obliga acompañar arrastran una serie de vicios e impudicias que harán que nos planteemos que los que tienen que obrar el bien y perseguir al mal no están libres de pecado.

Película muy incómoda en todos los sentidos. La exploración de lo lúgubre y la deshumanización, que penetra en situaciones tan desagradables como intentos de sexo forzado, misoginia y falocentrismo, crueldad palpable entre compañeros y traumas no resueltos, y que termina mostrando explícitamente el violento asesinato de una de las víctimas por parte del asesino, una escena traumática. A eso hay que sumarle el constante tartamudeo del personaje de Antonio de la Torre (quizá el actor español más solvente actualmente), que cuando coincide con la palpitante y tenebrosa banda sonora forman momentos de verdadera angustia, sin olvidar que cada aparición del personaje de Roberto Álamo (actor que ojalá tenga más oportunidades en la primera plana) supone elevar la alarma del espectador a cotas irrespirables.


La narración, contextualizada en un momento álgido de la crisis en el cual el Papa visitó Madrid (genial la recreación de jungla laberíntica y caótica como marco escénico de la película) en las jornadas mundiales de la juventud, se divide claramente en dos actos. El primero, pausado y lento, donde se prioriza las indagaciones de los detectives y sus relaciones con su entorno, en el que parece imposible avanzar en la búsqueda del asesino, recrea un mundo amenazador, repleto de personajes extremos y en constante conflicto, en el que cada situación les sitúa al borde del abismo. Esto da paso a un segundo acto donde se desvela un personaje agazapado, donde se da cara al otro extremo de la escoria humana, que conjuga la rabia de uno de los protagonistas con la incapacidad social del otro. La persecución toma forma, aunque esté nublada por una constante sensación desesperanza. 


La película, pues, confirma el órdago y lucidez del cine policiaco español, que ha sabido absorber como una esponja influencias extranjeras de David Fincher, Alan Parker o Denis Villeneuve. Una obra que percute y deja la amargura propia de la náusea, que radiografía los estrechos límites que separan la cólera de la psicopatía.

8,25/10


domingo, 20 de noviembre de 2016

Battlestar Galactica. Temporada Cuatro.

Me ha llevado algunas semanas desde que la acabé para poder escribir sobre el final de esta serie porque es difícil encontrar palabras que hagan justicia a la magnífica conclusión de esta epopeya galáctica, de esta odisea cuyo regreso al hogar no es el viaje que el espectador lleva creyendo desde los primeros capítulos, cuyos giros son proezas argumentales que dan vuelcos tan contundentes como inesperados, y cuya resolución acaba resultando tan simple y clarividente como compleja ha sido toda su trama.

Una serie que merece asiento entre las obras de ciencia ficción de mayor calibre de la historia del audiovisual, y desde luego entre las obras de ficción televisivas de todos los tiempos. Una serie intergaláctica alejada de clichés, de exotismos marcianos, más cercana a la filosofía de 'Blade Runner' y a la sociología de 'Ghost in the Shell' que a "space operas" como 'Star Wars' o 'Star Trek', con un realismo escrupuloso y concienzudo. No hay trucos sacados de la manga, el milagro final del argumento está trabajado meticulosamente desde el episodio 1 de la serie sin que nos demos cuenta de ello, y se saca la chorra obrando el logro de resolver absolutamente todo lo que estaba abierto en apenas los últimos 20 minutos del último capítulo. Uno no puede evitar quedarse babeando y boquiabierto, con una sensación de plenitud por ver completar tal puzzle sin haberse dejado nada por el camino, y que se transforma en gratitud por semejante buen trabajo. 

Dado el importante mensaje sobre la naturaleza humana que este pasatiempo de 4 temporadas nos deja, no es nada arbitrario que los personajes con mayor factura durante la última temporada sean a la vez los más conflictivos y contradictorios: Starbuck (mi personaje favorito de principio a fin), Saul, Gaius, Caprica o la presidenta Laura Roslin (menuda interpretación la de Mary McDonell, tan contenida y llena de sinceridad), sin desmerecer al resto de la tropa. Pero esos cinco personajes son los que más preguntas sobre sí mismos y sobre su entorno han ido repasando contínuamente, y sobre esas preguntas han ido girando la mayoría de conflictos. La evolución en la relación entre cylons y humanos que tan imposible parecía, tan real y necesaria en última instancia, es el verdadero triunfo de esta conclusión, ilustrándose en la victoria de la amistad entre Saul Tigh y Adama. El holocausto de la humanidad ha resultado ser un pretexto para escarbar en su propio viaje a través de la historia, en el legado que podrá dejar. 

Las dudas sobre los compañeros de ese viaje, sobre las condiciones de libertad, la impunidad o la redención que merecen, sobre las creencias, las esperanzas y las posturas políticas de cada uno y sus inevitables choques,... Todo ello se entrecruza y está calculadamente bien manejado mientras la raza humana combate en dos luchas que persisten análogamente: la lucha por la supervivencia contra el enemigo cylon, y la lucha por la persistencia de la democracia contra sí misma. Sobra decir que la serie ha sabido dónde poner el punto final, que no ha alargado el chicle, logrando que resulte redonda. 

Se puede hablar de serie de culto, con personajes poliédricos y repletos de dudas, con un sentido de la épica que no se centra en grandes batallas sino que es más cercano a las proporciones dramáticas de los actos y las decisiones que se van tomando. Es un regalo que una serie tenga un punto de partida tan bueno y sin embargo sea capaz de ir mejorando capítulo a capítulo, que tenga un plan a largo plazo bien trazado, y que culmine con un final tan arrebatador y estimulante. Es una obra de sci-fi que incluso quienes no suelen acercarse a este tipo de productos disfrutarán sin reservas, y que ya forma parte de la historia televisiva. Ojalá más series tan honestas consigo mismas.


sábado, 19 de noviembre de 2016

Perdición. (Billy Wilder, 1944)

Película definitoria (que no definitiva) dentro del cine negro. Aunque ya había películas que habían ido trazando sus señas de identificación, los rasgos del género quedan amueblados por un Billy Wilder muy académico y purista, muy limpio en la escritura, que derrocha elegancia sin dar de lado a la pasión.

El esqueleto de la película es puramente industrial, un guion básico, de corta y pega, como se solía hacer en el Hollywood más clásico y que definió sus grandes obras, donde había largas horas de oficina previas a los escuetos y cortos rodajes. 'Perdición' refleja perfectamente esa máquina, ese laborismo, que parecía sacar las historias de fábricas en cadena. Y es parte del encanto, el ver que la estructura funciona innumerables veces, pero que cada maestro tiene sus métodos, su encanto y convierte en fascinante la carencia de originalidad narrativa. Wilder se vale de tres actores geniales: Fred MacMurray, de cuyo personaje parte el punto de vista y en el que es importante la involución de tipo seguro de sí mismo a tipo abocado a la autodestrucción debido a su arrogancia inicial; Barbara Stanwyck, cuya inocencia inicial la convierte después en una Femme Fatale inesperada, maquiavélica y traicionera; y el mejor de los tres, Edward G. Robinson, actor que por aquella época parecía estar en todas partes, y que pese a ser el supuesto villano de la pareja anterior, con su antagonismo termina empatizando el espectador, pues es el personaje cuya moral permanece imperturbable.


La película está rodada con la habilidad propia de un cirujano, y su ritmo va como un tiro, la exposición de los acontecimientos que se van sucediendo es un hito. El perfeccionismo en la planificación, la escenografía, los diálogos o la iluminación son claves para que tal arquetipo de película no se quede en tal. Por otra parte, el flashback en el que está inmersa la historia, pese a desvelar el final desde el principio, sabe mantener la intriga. Pero me saca de mis casillas que sea contado mediante voz en off. Entiendo la funcionalidad de enfatización que se hace de él, pero yo soy de los que apuestan por la máxima "si puede contarse con imágenes, las palabras sobran". No quiero ver cómo alguien entra en una habitación, y haya un diálogo que me lo reitere. Por mucho que se quiera subrayar el sentido de primera persona en el que se enclaustra la narración, ya estoy viendo lo que sucede, gracias. Y en parte es por eso que este clásico no me resulta excelente.


Si nos embarcamos en el ejercicio de hacer borrón de toda nuestra cultura audiovisual posterior a la película, obtenemos una obra intachable. Pero el tiempo también ejerce de juez, me temo. Irreprochable su calidad técnica, estética, artística, interpretativa. Pero ha sido superada. Lo cual no le quita el logro de ser una obra de visionado fundamental.

7,75/10


martes, 15 de noviembre de 2016

Kill Bill: Volumen 2. (Quentin Tarantino, 2004)

Tarantino no concibió Kill Bill como una saga. Y yo no acostumbro a hablar de ella como dos partes, sino como una única película. Una duración desmedida, la desatada violencia y la autoconsciencia de que la batalla contra los 88 maníacos tenía sabor a clímax, hizo que los productores le sugirieran tal división, y por lo tanto me obligo a hablar de secuela. Segunda parte donde el autor calma su nervio, consciente del ritmo frenético y de las gloriosas exageraciones que había dejado en el Volumen 1, y se sosiega para redondear a los personajes, para dotarles de tiempo en el que puedan explicarse, y deja de lado los litros desparramados de sangre para volver la trama aún más violenta.

Violencia que no es explícita, ni está dibujada con la acción que ya vimos antes. La violencia es mucho más sutil, más cruel, y que hay que degustar a pequeños sorbos. Si volumen 1 era cerveza, volumen 2 es vino. Recurrir a lo físico hubiera sido redundante y dar más de lo mismo. Aquí los combates son verbales y psicológicos, con pausadas y tensas escenas consumadas con explosiones catárticas, una seña de identidad que siempre ha identificado a Quentin y que vuelve a recoger aquí. Parte de una explicación más poética y terrenal de lo que sucedió en la sangrienta no boda, los rivales son más viscerales, y volvemos a tener la oportunidad de contemplar la admiración por la cultura oriental con el capítulo de la tutela de Pai Mei. Además, dos de las batallas que suceden son complementarias en cuanto a los sentimientos que desprenden los rivales. En la primera, el odio desaforado que se tienen la Novia y la traicionera Elle Driver. En la siguiente, el doloroso amor que la protagonista y Bill se profesan. 


Tenemos al Tarantino con sentimientos más enfrentados de toda su carrera. Mezcla ternura, compasión y nostalgia para enfrentarlos con la villanía más pura. Personajes capaces de traicionarse y guardarse los unos de los otros por ofrecer una lealtad casi enfermiza a su orgullo propio y a sus principios morales. Bill y la Novia, asesinos ya amantes, cada uno con su dolor particular, el episodio final se eleva en un crescendo conmovedor. 


No falta a la cita una banda sonora que encaja como un puzzle, con muchos temas que se toman prestados a Ennio Morricone, y una fotografía que alude a clásicos westerns o a los clásicos más rebuscados del cine B. Deja intacta la esencia de la primera parte, la magnifica aún más si cabe, y deja una experiencia fílmica inolvidable

9/10


viernes, 11 de noviembre de 2016

El corazón del ángel. (Alan Parker, 1987)

A veces, una película no necesita de un buen guión para tener consistencia y menú de sobra para saciar. Este relato de cine negro repleto de simbolismo y de pasajes tétricos y sombríos tiene un potente diseño de producción, un tenebrismo elaborado con un precioso y sucio estilo rodeado de una atractiva y meticulosa ambientación de Nueva Orleans de los años 50, y una batalla de interpretaciones en la que ninguno de sus combatientes se rinde ante el otro

Alan Parker no pretende en ningún momento sorprender con el final, deja muy expuestas todas sus cartas desde la primera aparición del personaje de Robert de Niro, cuya verdadera identidad resulta obvia (el nombre Louis Cypher, las uñas puntiagudas y la perilla son pistas contundentes). Lo que le importa al autor es recorrer el descenso al infierno del personaje de Mickey Rourke, el cual se adentra en él con ingenuidad y desde la perspectiva del detective, sin sospechar que de todo el submundo en el que transita marcado por la magia negra, el vudú, la lascivia y extraños rituales es el protagonista absoluto. Como ya he dicho, la película no oculta nada (solo a los espectadores más cándidos les hará llevarse las manos a la cabeza con el siniestro final). Si las pistas que se han dejado no son suficiente, los símbolos que funcionan como premoniciones hacen el resto, como los ventiladores que cambian el sentido de sus giros antes de que suceda cada muerte. Y todo ello resulta delicioso.


Menos conocida que la sobrevalorada 'Pactar con el diablo', con un histriónico Al Pacino haciendo la labor que aquí le corresponde a De Niro y un sosainas Keanu Reeves haciendo la de Rourke, 'El corazón del ángel' está injustamente olvidada. La interpretación de De Niro es soberbia, apenas necesita ligeros movimientos con sus manos y una mirada rotunda para desmarcarse en cada escena en la que aparece. Rourke no se queda atrás y trata de hacerle competición, sabiéndose menos capacitado, y llegando a cruzar la línea de la improvisación para estar a esa altura. Y cómo se disfrutan sus enfrentamientos. 


Es una película que deja secuelas y que crea escuela. El viejo Scorsese sacó buena parte del ambiente corrompido de su 'Shutter Island' de aquí. Te deja cavilando sobre el significado de muchos de sus momentos. Sigo sin saber si la escena de apertura (un perro persigue a un gato y termina olisqueando un cadáver en un callejón) es simplemente una advertencia de lo que viene después o si es algo más. Esa clase de posos que dejan películas como esta a mí me fascinan bastante. 

7,5/10


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Kill Bill: Volumen 1. (Quentin Tarantino, 2003)

Una película que se forjó durante el rodaje de 'Pulp Fiction', donde Tarantino ya quedó prendado de Uma Thurman y de sus pies, cuya premisa ya queda establecida en aquella película durante la escena en que Mia Wallace le cuenta a Vincent Vega de qué trataba la serie para la que rodó el episodio piloto. Así funciona Tarantino, de pequeñas cosas que pasan inadvertidas en sus películas te saca otra. Y además, es un tío que hace lo que le da la gana sabiendo siempre el terreno en el que juega, que sabe hacer un sentido homenaje a cualquier género partiendo de la copia descarada a films que solo conocen él y cuatro eruditos cinematográficos más en el mundo, en esta ocasión el spaguetti western, el cine oriental y de artes marciales, y la trama canónica de venganza cruda.

Los dos responsables de dar vida a La Novia, tanto Tarantino para escribirla y Uma Thurman para interpretarla, se frotaban las manos imaginando a esta portando una katana y luciendo el mítico chándal amarillo de Bruce Lee en 'Juego con la muerte' cubierto de sangre. Y la película es un juguete para ambos, se lo pasan pipa y nos lo hacen pasar de fábula a nosotros. Haciendo valer un conglomerado de estética pop y videoclipera, la payasada resulta muy divertida. Hay cierta ruptura con el cine anterior del autor, que se desquita de cualquier convencionalismo y deja fluir la violencia con una exageración y una desmesura carentes de toda vergüenza. "Porque la violencia en el cine no tiene que ser real, tiene que ser divertida", y lleva la máxima de esta frase dicha por él mismo hasta las últimas consecuencias. Violencia que es un simple McGuffin para desentrañar la historia de una asesina ansiosa de la sangre de sus antiguos compañeros de rutina, arquetipos de personajes de la cultura nipona. Hay tanto amor y pasión metidos en esta película, que sumado a su talento y los detallitos y migajas que va dejando hacen la boca agua de cualquiera. 


Se nota un gran salto como realizador y planificador desde 'Pulp Fiction', y para comparación solo hay que analizar la puesta en escena de dos escenarios que recorre con planos-secuencia: el del restaurante de aquella donde ocurre el famoso baile, y el del restaurante japonés donde ocurre la masacre final de ésta. Aparte, Uma Thurman se pone en la piel del personaje de su vida, enamora al espectador con su chulería y su sonrisa picaresca que esconde rabia, y que se muestra peligrosa, seductora e incluso infantil o tierna a veces. 


La mofa a los efectos especiales modernos queda patente. A cada miembro cercenado durante la historia (y no son pocos) le sucede un manguerazo a chorros de varios litros de sangre. Porque Tarantino lo vale, y porque puede. No ha venido a dar ninguna masterclass de biología, sino a entretener y a hacer espectáculo. Sabe cómo grabar en las retinas lo que sucede en la pantalla. ¿Que a mitad del rodaje de una escena se queda sin tinte rojo para la sangre? Solución rápida: pasamos el montaje de color a blanco y negro, y a tomar por culo. Sin doble sentido, sin querer aportar nada a la estética, y deja al que contempla con la pregunta de "¿a qué viene esto?". Pues no viene a nada, pero sin embargo funciona. 


Esta primera parte de la venganza de peeeep (sí, también coló un peeeep en el sonido cada vez que alguien pronunciara el nombre real de La Novia, y sí, con el único motivo narrativo de que le vino en gana) es un desahogo, impactante, sorprendente. Muchas películas (y mangas, especialmente 'Lady Snowblood') ya hicieron lo que aquí se ve, pero aquí se permite el lujo de reunirlos todos en un solo montaje con forma de puzzle, con una banda sonora que se queda pegada a los tímpanos, y el humor negro que no podía faltar. Una película cuya filosofía es "contempla y goza". 

9/10


sábado, 5 de noviembre de 2016

Expediente Warren 2: el caso Enfield. (James Wan, 2016)

Habiendo realizado una de las películas de terror más estimables de la época reciente (reseña aquí), iba a ser raro que James Wan no volviera a indagar en los casos de los Warren. El esqueleto de la secuela es el mismo que el de su predecesora, definiendo las intenciones con un estimable prólogo situado en un caso famoso (esta vez sustituimos la muñeca Annabelle por el caso Amityville), con un primer acto en el que el protagonista absoluto es el propio caso paranormal, en el cual no se verá involucrada la pareja de detectives hasta llegado el punto medio de la trama, esta vez enfrentándose además al escepticismo del caso por parte de la prensa y de la iglesia. Una fórmula para lograr tensión que funciona desde 'El exorcista' y que si sigue vigente, para qué tocarla.

Como secuela, mantiene el tipo. El camino hacia la tensión se maneja de manera precisa, haciendo valer tanto la atmósfera agobiante y mórbida como el buen hacer técnico de la cámara, con paneos que trabajan de manera excelente para que el espectador se involucre en primera persona y con el uso de la profundidad de campo que hace mella en lo que quiere que veamos y lo que quiere que sea nuestra imaginación la que obre el miedo, y del sonido, que tiene muy en cuenta que lo sútil es siempre más terrorífico que lo ruidoso. Pero donde mejor se percibe que Wan sabe el terreno en el que pisa es en cómo y dónde coloca las pausas, y su propósito reconfortante y preparatorio. La escena en el columpio de Lorraine Warren con la niña, o la de Ed Warren tocándoles el "Falling in love with you" de Elvis a los involucrados en el caso son buenos ejemplos de cómo hacer que el espectador se confíe y baje la guardia. 


Desafortunadamente, en esta ocasión la desembocadura de ese camino no siempre cumple las expectativas. Hay un par de momentos cuyo clímax se resuelven con monstruos hechos por ordenador que cantan a la legua, y el final tiene un pico de angustia demasiado obvio. Aunque una cosa que me encanta de esta saga es que los protagonistas sean inteligentes y de veras sienta empatía por ellos, por ende, quiero que se salven, en esta segunda parte el que me resulta un poco estúpido es el propio demonio al que se enfrentan (no confundir con el espíritu del viejo que habita la casa), que va dejando pistas sobre cómo vencerle sin obtener nada a cambio, aparte de que sus intenciones, aparte de querer joder a las personas a las que hace daño porque sí, no quedan del todo claras. 


Pese a ello, la dignidad no se la arrebata nadie. Se involucra en el drama costumbrista antes de meterse de lleno con el terror, y dimensiona de manera lúcida lo que antes era mundano como algo siniestro. Consigue dar miedo sin distinguir la noche del día, algo bastante meritorio, hipnotiza y logra que el espectador refugie la mirada en cualquier otra parte que no sea la pantalla, y da veracidad al ente que se antoja imparable, rindiendo cuenta de lo fácil con que infesta la normalidad de un hogar para hacerlo añicos. Y un acierto final: la película persiste en que nos importe esa familia, enfatiza la soledad a la que la sociedad ha marginado a la niña, y celebra la lucha conjunta que  se realiza para hacer frente al acosador del más allá.

7/10


miércoles, 2 de noviembre de 2016

Doctor Strange. (Scott Derrickson, 2016)

Este nuevo capítulo de Marvel es lo más atrevido y exótico que ha hecho la franquicia desde que decidió empezar a juntar y cruzar a sus héroes en la primera película de 'Los Vengadores'. Y desde luego, la más difícil de plantear a un público acostumbrado a aventuras más terrenales. Aparte, es un soplo de aire fresco, supone novedad, no solo introduciendo un nuevo personaje desde su origen, sino que 'Doctor Strange' amplía el escenario a niveles infinitos. Lo hace sin salirse del tiesto, con una trama que sigue el abecé que ya nos conocemos de memoria, con la breve exposición del personaje antes de ser "el personaje", qué le lleva a transformarse, explicación de su nueva condición y el conflicto a resolver. Narrativamente, nada nuevo. Visualmente, atmosféricamente, y qué sé yo... ¡metafísicamente! es todo un descubrimiento. 

Digo que la narración es muy convencional, por lo que el camino del héroe no va a sorprender a nadie más allá del carisma del mismo. Derrickson es consciente de eso, por lo que hace clave de una buena economía expositiva a cada una de las fases de la película, y se decide enérgicamente tanto a explorar al propio Doctor como al universo (o multiverso) que se abre frente a él. La película no centra su trama en derrotar a un villano o en paliar una crisis, sino que el foco lo pone en el arco dramático de su protagonista y en hacerle evolucionar drásticamente. Y felizmente tampoco se excede en dotar de mayor importancia al asunto: una persona que se cree el puto amo (que es gilipollas, vamos) debe aprender a vivir con unas limitaciones y a decidir cómo emplear su potencial. Es una película cuyas exageraciones y recreaciones las reserva al apartado de la acción. 


Y telita con la acción. Sumada al boom visual, que es una gozada que invita a la revisión solo para darle un regalo a los ojos, me he regocijado con el apartado de descarga adrenalínica como pocas veces en una película del género de supers. Un plus es que su uso no sea ni caprichoso ni aleatorio, sino que su implementación esté sustentada por los derroteros en los que la historia te va sumergiendo. Sin desmadrarse en la cantidad de trucos, hechizos y artefactos que los personajes usan, le bastan unos pocos bien exprimidos para que el deleite sea pleno, destacando la Capa de Levitación, a la que convierten en un personaje más y aporta no solo ese componente de fascinación, sino un estímulo humorístico muy bien medido. 


Sobra decir el atractivo que supone ver en pantalla reunidos a tres extraterrestres como Benedict Cumberbatch, Tilda Swinton y Mads Mikkelsen. Pese a que los personajes secundarios tienen tareas muy sesgadas, la propia pasión y carácter de sus intérpretes sobran para darles el interés que necesitan. El papel de La Anciana y Mordo en manos de otros hubieran pasado sin pena ni gloria. Rareza en la franquicia la estupenda banda sonora de Michael Giacchino, la cual aporta entidad propia al apartado sonoro, algo que normalmente descuida Marvel.


La pullita que le pongo es seña de identidad del Universo Cinematográfico Marvel: dejar con la miel en los labios. Es como la alta cocina: presentación, ejecución y sabor excelentes, pero deja con hambre. Salí con el cabreo positivo de querer más, de que lo mejor se lo siguen guardando, de que ahora toca volver a esperar.

8,5/10