lunes, 23 de mayo de 2016

La última noche. (Spike Lee, 2002)

Recital cinematográfico que se cuela entre mis pelis favoritas. 'La última noche' aborda con furia e inteligencia el abismo de la redención, de la culpabilidad y de las segundas oportunidades, una película que se sumerge en la debilidad de sus personajes en las horas más decisivas de su vida. Brillantes diálogos, interpretaciones lúcidas y plenas de naturalidad, delicadeza y detallismo en el apartado visual y una realización de Spike Lee contenida de rabia y pasión. 

'La última noche' se puede definir como un drama carcelario cuyo protagonista, Monty, aún no ha palpado los barrotes, pero que ya está prisionero sin remedio. Prisionero de su pasado, de haberse convertido en el rey de los bajos fondos de Manhattan a cambio de distanciarse de sus amigos, de su padre y de su novia. De poder haber sido mejor persona, pero no haberse atrevido a dar el paso. Edward Norton está pleno, contenido y sereno en casi todo el metraje, sin caer en el victimismo, para descargar toda la impotencia y resentimiento de su personaje en momentos puntuales. Un personaje que resulta ser un buen tipo (la película comienza con él dándole una segunda oportunidad y una alternativa de vida a un perro apaleado que después será su mascota) a pesar de que tomó malas decisiones. Junto a él, un Seymour Hoffman que transmite como pocos actores el apocamiento de personajes vacíos, onanistas y en constante crisis existencial, un Barry Pepper magistral (no puedo dejar de admirarle como uno de los mejores actores de reparto que a día de hoy se puedan encontrar), y Rosario Dawson, que me ha impresionado bastante puesto que no es una actriz a la que recuerde por su capacidad dramática.


Spike Lee nos imbuye en los miedos e incertidumbres de este elenco utilizando todos los recursos narrativos a su alcance, desde el propio libreto inicial hasta el montaje (la repetición de los gestos, como los abrazos que se dan entre los personajes y en qué situación lo hacen, en cambios de plano), pasando por un hilo musical cuya partitura lubrica las escenas otorgándoles fluidez y suavidad en su progreso, ayudando a plasmar ese interior que se muere por exteriorizar los verdaderos sentimientos de cada miembro del grupo de amigos que están "festejando" las últimas 24 horas en libertad de Monty. 


La película se puede explicar en sus dos monólogos claves, el de Monty durante el primer giro de guion y el de su padre durante el clímax, definitorios con lo que la película pretende ser, siendo el primero una exposición de la frustración por los errores propios y el segundo de la alternativa y la posible reinserción que siete años en prisión no harán posible. Porque la película, en cuyo contexto está la espesa sombra de los recientes atentados del 11-S, también es una protesta contra el sistema carcelario que, lejos de su principal cometido de redimir a quienes infringen la ley, resulta ser un proceso de venganza social. Y que termina como no podía hacerlo de otra forma, dejando interrogantes y reflexiones acerca de cómo afecta a la vida de cualquier persona las decisiones que toma, buenas o malas: la apuesta del personaje de Barry Pepper en su escena de presentación, el error en la discoteca del de Seymour Hoffman, la que está dispuesto a tomar el padre de Monty en la secuencia final, o las del propio protagonista que le han llevado a esta "última noche". Una historia que se cierra dejando abiertos todos sus frentes, como la propia vida, que nunca para. 

9,25/10



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