miércoles, 11 de mayo de 2016

El expreso de medianoche. (Alan Parker, 1978)

Impactante relato sobre la desesperación. Basada en una historia verídica, esta obra remueve las tripas ya desde el comienzo en que su protagonista estadounidense es arrestado tras cometer la estupidez de intentar pasar la aduana del aeropuerto de Estambul cargado de unos buenos bultos de heroína. A diferencia de otras grandes películas carcelarias, como 'Cadena perpetua' o 'En el nombre del padre', en esta ocasión tenemos un personaje que sí es culpable de la acusación por la que acaba encerrado. La película no trata de exculparle de su crimen, sino que se lanza a ser escaparate del castigo desmesurado y desproporcionado al que se le somete en una de las prisiones más crueles del mundo. 

Este descenso a los infiernos convence narrando con crudeza el desasosiego de quien comete un error en el lugar equivocado, y documenta perfectamente la diferencia de perspectiva legal que existe entre unas fronteras y otras, aparte de denunciar la doctrina penitenciaria inmoral a la que en la vida real se somete a seres humanos. Quizá se ceba señalando a una cultura y a una sociedad que igualmente son presas de tal sistema exacerbado, pero es que la película va con todo, completamente a pelo y sin detenerse a disculpar a nadie en esta historia. El relato te somete a la más pura de las impotencias en la que no existe la piedad, y explora los límites de la tensión y la dureza no aptos para cardiacos ni espectadores con flojera emocional.  


Todo enmarcado en una atmósfera insana y hermética, con varios de los personajes más convincentes en la historia del cine representando lo que es estar al borde de la locura o estar muertos en vida. Una crónica que según apuntilla en la angustia del protagonista le va alejando de su condición humana, un arco que comienza en la primera y esperanzadora visita de su padre y eclosiona en la visita de su novia, en la que se ve retratado como un animal alejado de la cordura. Es imposible no ponerse en la piel de quien es sometido a las continuas vejaciones y humillaciones en un país que no conoce y con un idioma que no maneja, factores que la película utiliza para marcar la agonía y alargar la tensión hasta el desenlace de algunos episodios en los que quienes toman decisiones hablan en turco, como lo son los dos juicios por los que pasa, en los que el desconocimiento tanto por su parte como por parte del espectador de cómo se están desarrollando las conversaciones, o algunas escenas que anteceden a torturas, en las que no se sabe lo que traman los carceleros, y todo se intuye por las expresiones, los tonos o las miradas entre unos y otros.


Cada uno de los implicados en esta película merece su sobresaliente: la dirección implacable de Parker, el duro guion de Oliver Stone, las magistrales interpretaciones de Brad Davis o John Hurt, la fotografía en la que prevalecen colores sucios, secos y cálidos de Michael Seresin, o la acertada partitura electro punk de Giorgio Moroder. Una película que no ha envejecido un ápice, cuya huella traspasó el séptimo arte para dar paso a conversaciones diplomáticas entre países para el intercambio de prisioneros. 

9/10


No hay comentarios:

Publicar un comentario