lunes, 5 de junio de 2017

Déjame salir. (Jordan Peele, 2017)

'Get out' te arrastra al mismo terreno al que te lleva el humor de Ricky Gervais: tienes que asumir de dónde parte su mensaje, a quién va dirigido, y la denuncia implícita que lleva en la mochila, pues hay mucho que sacar de ella y que no está a simple vista. La película no trata de un joven negro con novia blanca incómodo en un entorno de blancos que tienen empleados del hogar también negros y que a él le tratan como un elemento exótico y de manera complaciente. La crítica y la mofa que lleva consigo, porque la película es una comedia con elementos de terror psicológico, es mucho más subversiva y perversa de lo que aparenta. 

La película no habla sobre el racismo. Tampoco de la superioridad blanca, o del esclavismo de la raza negra, o del intento de acomodar a una persona negra en un entorno de blancos. Si rascamos un poco, nos está gritando una verdad incómoda acerca de la minoría racial en una sociedad prominentemente blanca: los blancos heterosexuales de educación católica aceptan en su sociedad a los negros (y a los gitanos, y a los homosexuales, y a los musulmanes, y a las mujeres independientes, y a un largo etcétera de minorías) siempre y cuando se comporten como ellos quieren que se comporten. No les aceptan con su cultura o sus formas de ser propias, sino en cuanto a su adaptación a la cultura y forma de ser blanca.Y la película materializa esa adaptación a través de la hipnosis a la que el protagonista es sometido desde que llega a la casa de sus suegros. Importante detalle el ver que el protagonista, en realidad, está siendo consciente de ese estado de sometimiento en todo momento, sin hacer nada para evitarlo.


La metáfora y la forma de llevarla a cabo es genial. Es un chiste muy cruel, un chiste capaz de ofender a quienes perpetúan esa actitud de discriminación positiva, y capaz de abrir los ojos y encontrar aliados en aquellos que son conscientes de esa verdad y se pelean consigo mismos a diario por revertir esa tendencia a la que estamos atados desde la cuna. La película no trata de ocultar su predecibilidad, sino que trata de hacerte ver el camino que va a seguir ya desde que la pareja llega a casa de los padres de ella, trata de hacerte asumir que es ese camino a recorrer durante el resto de la narración es inevitable para el protagonista, puesto que dentro del marco interracial y de la forma en que ambas culturas se relacionan es a través de enredados eufemismos y con una corrección política vomitiva que dejan de existir en cuanto él no está presente.


El resultado es muy bruto y muy canalla. Hay mucha mala leche puesta en el guion y en ciertos momentos de lucidez narrativa. No hay pelos en la lengua para denunciar la falsa tolerancia, para denunciar el silencio al que las minorías se ven resignadas, para denunciar la inquietud y el armario reversivo en el que la mayoría clasista esconde sus miedos e inseguridades frente a quienes son diferentes a ellos. Una película que no habla del (o de cualquier fobia), sino de su domesticación. 

7,5/10 


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