jueves, 22 de junio de 2017

Las ventajas de ser un marginado. (Stephen Chbosky, 2012)

Película de temática adolescente con el toque nostálgico de las de antaño, de las que versan sobre la complejidad de la amistad, que trata los conflictos internos de los personajes con honestidad y delicadeza, y que se sustenta en la credibilidad de lo que está contando. Los problemas a los que se refiere la película en una etapa de cambios para sus protagonistas son reales, los trata con seriedad y sin empalago, con encanto y calidez.

El principal acierto de la película son las varias capas que tiene, las cuales va desflorando una a una, presentándose como una comedia romántica más, pero descubriéndose según avanza como un drama de traumas y miedos no superados, incertidumbres que afrontar, reflejando con tacto las confusiones que se suceden una tras otra durante la etapa juvenil. No solo es una película de crecimiento, sino de exploración. Temas como la exclusión social, la homosexualidad o la depresión son incluídos no como meros reclamos narrativos, sino que están ahí porque forman parte de los protagonistas y les caracterizan, y en vez de ser dibujados en torno a sus condiciones, la película hace crecer a los personajes haciendo ver que ellos no son una etiqueta, sino que esa etiqueta es una de las infinitas cualidades que les conforman. 


La rotundidad de la película va más allá de esos condicionantes. Es capaz de describir los rituales sociales durante la adolescencia con precisión audaz y perspicaz, soporta la mirada de un protagonista que tiene normalizado el bullying y el rechazo a lo diferente, y que ahonda en cómo un grupo de amigos puede convertirse en un grupo de héroes capaces de dar ternura, solidaridad y apoyo cuando el mundo parece haberte olvidado. Pocas veces en el cine una fiesta juvenil ha sido tratada de forma tan realista, con las expectativas de cada uno de sus integrantes y lo que finalmente encuentra en ella perfectamente dibujadas.


A todo ello hay que destacar a Ezra Miller, secundario de lujo que llena la pantalla y embauca al espectador con una interpretación preciosa, una banda sonora con mucho gusto, buen tacto para la planificación, y mucha pasión para contar una historia desde las entrañas. Una película que sabe que la tristeza y la alegría van de la mano, que sabe dotar de dulzura el tratamiento de las emociones esquivando el empalago de la bollería industrial, y que dota de dignidad al pesimismo y a los invisibles. 

8/10


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