viernes, 17 de junio de 2016

La fiera de mi niña. (Howard Hawks, 1938)

Apenas una década hacía desde que el sonido había irrumpido en el medio cinematográfico, suponiendo la primera gran revolución del séptimo arte, empujando a los creadores a buscar nuevas formas de narración en las que sonido e imagen compartían protagonismo, y, evidentemente, haciendo evolucionar a los géneros. Seguramente, estos fueran los diez años con mayores y más importantes cambios en toda la historia del cine. En la comedia, Howard Hawks captó como pocos las posibilidades que se abrían. Igual que con 'Luna nueva', el humor se basa en diálogos rápidos en los que muchas veces todos hablan a la vez, enredos, juegos de sentimientos y malentendidos, y en un ritmo de locura en unas escenas conducidas por los personajes, cuyo retrato a través de los gags propios del cine mudo se apoya ahora en la palabra, más propio de ver en las tablas de un teatro. 

Quizá sea la más representativa de las llamadas "screwball comedies", una disparatada historia de un tímido paleontólogo que está a punto de recibir la donación de una millonaria para su museo. Pero a este personaje interpretado por mi siempre favorito actor del Hollywood clásico Cary Grant se le cruza por el camino Katharine Hepburn, interpretando a Susan Vance, extraña, caprichosa, plena de ganas de vivir, impulsiva, entrometida, cuyas acciones resultan del todo aleatorias aunque atienden a un fin muy concreto que aunque no es el hilo conductor, sí que es el elemento propiciatorio de tal encuentro: la necesidad de amor. Porque ambos personajes están en un embudo afectivo. Él, a punto de casarse con una mujer que resta importancia a los sentimientos en favor de sus carreras laborales, y ella, en búsqueda de alguien que le haga divertirse y salir de un mundo demasiado oprimido. El encuentro de ambos desata el disparate y la carcajada con pasmosa facilidad. Dos actores geniales, con una química irrepetible. 


Y por medio, un leopardo y un perro que se convierten en los principales recursos de giros de la trama, una comisaría en la que todos son quienes dicen ser pero donde nadie es quien los demás creen que son, un hueso de brontosaurio perdido, una boda en el aire, un partido de golf interrumpido y varios coches "cogidos sin permiso". La risa se acrecienta según lo imponen las agujas del reloj, las garras del personaje de Hepburn ejecutando un inocente secuestro del personaje de Grant, la aparición de la mecenas que resulta ser la tía de Susan, y el final descontrol de la situación en la que acaban metidos


Toda la comedia desenfadada que tenemos hoy en día, todas esas películas de consumo rápido protagonizadas por los Jim Carrey, los Ben Stiller y las Jennifer Aniston contemporáneos, tienen mucho que agradecer a esta 'Bringing up Baby'.  

8,5 / 10


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