miércoles, 30 de noviembre de 2016

Green Room. (Jeremy Saulnier, 2015)

La premisa de banda de punk encerrada en una habitación de un local de neonazis, en la cual se ha cometido un homicidio del cual han sido testigos, y que el dueño no quiera dejarles vivos para contarlo, es suficientemente potente para llamarme la atención. Y bueno, tiene gancho, hay cierta desvergüenza y pulso, en alguna ocasión sabe por dónde van los tiros para manejar la tensión,... Pero finalmente se queda descafeinada.

A bote pronto, me gusta que las potenciales víctimas de la agresiva pandilla fascista cometan torpezas y que estén cagados de miedo, y que ello se evidencie en conductas a veces absurdas, y a veces porque no les queda más remedio. Tampoco es que te den pie a querer que alguno de ellos se salve de tal marrón, más aún cuando pese a su ingenuidad por meterse en un sitio así siendo quienes son vayan provocando al personal. Estás deseando que en algún momento llegue un estallido de violencia gratuita que realmente te haga agitarte en el asiento. Pero es que ese momento nunca termina de llegar. Hay violencia, hay sangre y hay conteo de muertos, pero nunca sobrepasa el límite mínimo de crueldad necesaria. Y creo que esa es la clave. Me hubiera gustado más ensañamiento por parte de los malos para querer que recibieran su merecido, y que eso acabara con un éxtasis de reventar cráneos y de repartir cuchilladas viscerales. Pero joder, hay más redenciones y dedos de frente por parte de los villanos que por parte de los protagonistas, y eso no me ayuda a empatizar con la causa de las víctimas.


Los actores casi que ni cumplen su cometido. Anton Yelchin se pasa toda la película asustadizo y lloriqueando, mientras que el veterano Patrick Stewart parece aburrirse. Además, la película está estructurada como una película de terror gore, en la que los protagonistas van cayendo uno a uno a manos de la amenaza externa. Le hubiera venido mucho mejor utilizar la fórmula Peckinpah de 'Perros de paja', en la que la violencia está originada por el propio odio y naturaleza de los agresores. En un producto cinematográfico como éste no me vale con que los malos sean nazis o defensores de la supremacía blanca, me tienes que dar motivos tangibles de querer que sufran el más horrible de los finales, y la película no me aporta esa causa. Tampoco acabé de encontrar la claustrofobia dentro de las cuatro paredes en las que se desarrolla la parte más importante del metraje. A la película le sobran intenciones y le falta inquina. 


La película no deja de ser divertida, algo no muy complicado ofreciendo lo que ofrece. Pero se queda muy lejos de alcanzar su potencial y de colmar sus pretensiones. No impacta, no aporta nada que no hay visto antes en dosis mucho mejor administradas y planificadas, y me duele en el alma que una película que tiene los ingredientes que esta posee quede tan edulcorada.

5/10


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