martes, 13 de septiembre de 2016

Gotham. Temporada 2.

Lo que más me gusta de esta serie es lo payasa que es sin sentir vergüenza alguna. Porque a diferencia de otros universos del mismo género, "Gotham" combina momentos muy bestias con otros que puedan ruborizar al espectador más impasible. Y pocas veces creo que vaya a usar este argumento como un halago. La segunda temporada tiene una primera mitad, o sea, hasta el parón de invierno, tremenda. Todo lo que gira en torno al villano principal, Theo Galavan, es pura dinamita. Incluso el sorpresivo destino del personaje que más deleite ofrece en los primeros capítulos, Jerome, da mecha a varios combos que a los seguidores les van a resultar onanísticos. Eso sí, dejemos de lado los cánones establecidos del mundo de Batman: "Gotham" se los pasa por donde la luz del sol nunca brilla. Y para la propia serie, es un notorio plus de libertad. 

La serie sigue aprovechando los logros de sus inicios. La estética gótico-punk se mantiene, y la caracterización de los personajes sumada a las interpretaciones de algunos de ellos sigue siendo su bala de mayor calibre. Robin Lord Taylor como Pingüino continúa siendo maravilloso (pese a que a mitad de temporada los guionistas le doten de una vulnerabilidad demasiado llorica, algo que solventan en el tramo final), y Cory Michael Smith como Nygma se revela por fin como un obsesivo sanguinario. David Mazouz como Bruce Wayne realiza una labor verdaderamente madura para un chaval de su edad, aunque en ocasiones su personaje peque de suplicio. En estos apartados, la serie bebe mucho del tratamiento que se les daba a las tramas y situaciones de la serie animada de los 90, y de uno de los autores que más repercusión tuvo en el mundo del murciélago, Paul Dini. 

Por otra parte, el personaje de Jim Gordon me sigue resultando limitado y demasiado esquematizado. Es el mayor exponente de las virtudes y las taras de la serie: tiene momentos asombrosos, para después realizar acciones estúpidas, y finalmente resolverlas con mayor o menor elegancia, haciendo del Deus ex Machina un recurso demasiado fiel en ocasiones. Pero eso forma parte del encanto de la serie, lo artificial y teatral que resulta, su oscuridad tangible y su deliberada lugubridad, tanto en el aspecto artístico como en el narrativo. Y me gusta que se deje llevar hacia aspectos más sobrenaturales, que no se empeñe en resultar realista, sin dar lugar a explicaciones. No las necesita, ese mundo es así y lo místico forma parte de él. 

Creo que 22 capítulos son demasiados para un argumento que, si bien es de protagonismo coral y cada uno de sus elementos necesita su tiempo de exposición, alarga demasiado subtramas poco interesantes y que no terminan de llevar a ningún lugar. Eso hace mella tras el parón de invierno, tras el cual hay que soportar cinco o seis episodios que entorpecen la dinámica y el ritmo a los que nos había acostumbrado, y que lleva a un tramo final mucho más cautivador, pero precipitado. Mr. Freeze me ha aburrido bastante, y a Hugo Strange le han sobrado minutos de elaboración de planes y le han faltado los de ejecución.

La conclusión que me queda de cara a la tercera temporada es que la serie avanza de manera saludable, pero debería centrarse en sus potenciales y dejar de lado sus intentos de abarcar demasiado. Ha demostrado saber ser impredecible y tener recursos para huir de la monotonía, por lo que sería un error que intentara seguir dando vueltas a algunos hilos que suponen un lastre.

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