La propuesta de 'El caso Slevin' es de esas que me enganchan rápido a cualquier película: un laberinto con sorpresa dentro que se toma en serio a sí mismo pero que se cuida de seriedad innecesaria. Un thriller de dialéctica casi poética entre matones y mafiosos locales, con una puesta en escena estimulante, un reparto que calza sus zapatos tal como si estuvieran diseñados únicamente para ellos, y una trama disfrazada de absurdo que va deslizándose poco a poco en una compleja historia de venganza.
Pero por favor, hablemos de Josh Hartnett. Porque entre peces gordos de la interpretación donde tenemos a Morgan Freeman, Sir Ben Kingsley, Stanley Tucci, Lucy Liu y Bruce Willis, uno de los actores que más proyección tenían hace una década se mueve como pez en el agua. No solo eso, les roba las escenas. El personaje de Slevin es un puto canalla, un sinvergüenza, un bocachanclas y un buscalíos irremediable. El bueno de Josh se mete en el papel de pleno, se disfruta a sí mismo, y logra química con cada uno de los compañeros de oficio que tiene asignados, y son ellos, los de talla grande, los que se amoldan a él, y no al revés. La picardía que le echa frente a estos tipos es de tener unos huevos enormes. No entiendo cómo un actor que tenía tal empuje ha acabado diluyéndose en producciones de poca monta y sin apenas relevancia actualmente. Es ilógico que un tío que también demuestra su faceta dramática en 'Black Hawk derribado', en definitiva, un tío que vale para mucho más que conformarse con serie B o un papel destacado en 'Penny Dreadful', no haya tenido la progresión de carrera que se esperaba de él. El talento y el carisma los tiene.
Centrándome en la propia película, tiene los ingredientes propios del cine de ladrones de Guy Ritchie, sin necesidad de volverse tan estilizado o con un sello de autor tan marcado, y un humor cercano al de las pelis de Edgar Wright, obviando el frikismo que éste somete a sus creaciones. Las escuetas pero letales dosis de violencia pueden rememorar al Scorsese menos frenético, y el montaje narrativo que sirve para ocultar todo el pastel que hay detrás de una historia aparentemente simple podría haber sido facturado por el principiante Nolan de 'Memento'. Pero ninguno de esos autores es el responsable de 'Lucky Number Slevin' (cómo mola el puto título original, coño), sino que tenemos a Paul McGuigan, director de varias mediocridades de aúpa, más destacado por haber dirigido varios episodios de la serie 'Sherlock' que otra cosa. No es un tipo de renombre, vamos, pero aquí demuestra tener escuela y capacidad. Hay tíos en el mundo del cine que me caen bien por no querer ser nadie y simplemente se dedican a su oficio. McGuigan pasa a formar parte de esa lista.
En fin, recuerdo que la vi en el cine después del instituto, sin tener aún ni puta idea de cine y sin saber a qué me enfrentaba, y salí muy sorprendido. El tiempo ha colocado a la película en una merecida categoría re revisionables cada cierto tiempo, sin que pierda chispa. Es entretenida, es chula como ella sola, te dejas llevar por los personajes, cero pretensiones ombliguistas de autor. Simplemente una película con suficiente estilo para tenerle respeto y que hace pasar un rato muy divertido.
7,5/10
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