miércoles, 23 de agosto de 2017

Baby Driver. (Edgar Wright, 2017)

Edgar Wright tiene una cualidad que admiro, por encima de las risas que me haya podido echar con buena parte de su filmografía: sabe coger métodos narrativos extrínsecos del cine y hacer que el universo de sus películas gire en torno a ellos sin que ello las convierta en productos artificiales. En esta ocasión, todo el cuento va versando alrededor de la música que Baby escucha en sus auriculares. Todo el montaje, tanto a nivel interno (movimiento de personajes, de cámara,...) como externo (cortes de planos, sucesión de secuencias,...) está bajo la batuta de la banda sonora. Cuando se apuesta cien por cien por una fórmula de contar una historia que se sale del esquema clásico, el riesgo de cagarla es máximo porque en el momento en que quieras desahogar el ritmo recurriendo a las recetas de toda la vida el truco va a ser más cantoso que un descosido. Buena noticia: el director sabe mantener ese protocolo (la música rige absolutamente todo) durante las dos horas del film, incluso en las escenas menos importantes.

Con tal declaración de intenciones, la película no debía fallar en otro asunto importante: tiene que molar. Y de eso va sobrada. Apoyada por un reparto cachondo y de gente chula como ella sola, con escenas de persecuciones automovilísticas que tienen coreografías medidas con el mismo aplomo que una obra de ballet, acción gamberra, y la necesidad de tener muchas coñas momentáneas que hacen que te apuntes a esta movida desde el primer momento (las innumerables gafas de sol de Baby, gag humorístico de haber mamado mucho Chaplin). Son muchos los ingredientes bien cocidos que hacen que sea una película canalla y muy divertida, entretenimiento puro y duro.


Además, me gusta la elección de Ansel Elgort como protagonista, o como elemento adolescente del film. Es un chaval joven, lampiño, guapete, pero no un mojabragas. Su personaje no se vende a través de elementos sexuales, tiene determinación y actitud de sobra para olvidarnos de que no deja de ser una cara bonita al pie del cañón. Y no se fuerza la explicación a que su mundo gire en torno a lo que sale de los auriculares de su reproductor de música, ni de las cientos de cintas que graba para uso personal y que definen su vida y sus emociones, haciendo que efectivamente la música sea elemento indispensable para que los ladrillos queden bien cementados. A Kevin Spacey tengo que mencionarle porque solo su presencia como villano capullo ya hace valer la pena el visionado.


'Baby Driver' es una apuesta segura para pasar un rato desfogado. Hay poco que discutirle, cumple su objetivo de sobra. Una película de aroma pop, cuyo derroche de imaginación para hacer fluir la acción te obliga a abrocharte el cinturón de seguridad. Es un macizo ejemplo de que un guion normalito gana muchísimo si es contado con gracia y talento. 

7/10


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