domingo, 18 de diciembre de 2016

Rogue One: Una historia de Star Wars. (Gareth Edwards, 2016)

Lo que más se agradece de este primer spin off de la saga, igual que se apreciaba en el Episodio VII, es el cariño y el conocimiento que demuestran quienes han trabajado en él por el mundo que están tratando. Luego ya aparte viene todo lo demás: conocer más de cerca la Alianza Rebelde, notar por primera vez en ocho películas que los personajes están en medio de una verdadera guerra (con la crueldad, la pérdida y los sacrificios que ella conlleva) o saber cómo se expande el Imperio cuando no está persiguiendo o luchando contra Jedis. 

Repite dos aciertos del Episodio VII: el humor, elemento básico para empatizar y humanizar, y dotar de un pasado del que guardar nostalgia a los personajes. Aunque no conozcamos ese pasado, notaremos esa carga sobre sus hombros. La épica es importante también, no por la espectacularidad de las batallas, sino por cómo las afrontan a un todo o nada, marcando una línea frente al enemigo que dice claramente "hasta aquí hemos llegado". Y si BB-8 se desmarcaba como el gran descubrimiento de esta nueva era (aparte de Rey, claro), ahora conocemos a K-2SO, sin filtro ni sutileza para anunciar en voz alta toda información que considera relevante en situaciones peliagudas. El conjunto de la nueva tropa tiene química y camaradería, aunque por ser un poco quisquilloso, echo en falta a alguna mujer más en el grupo aparte de la protagonista Jyn Erso. Aprecio, eso sí, que no se incluya trama romántica que desvíe la atención.


Los homenajes, detallitos y referencias a la saga son menos nostálgicos que en el Episodio VII, más sutiles y quizá más disfrutables. Todo girando en torno a un elemento que conocíamos de sobra y que ahora no es simplemente el arma del enemigo, sino que es indiscutiblemente el principal y letal villano: la Estrella de la Muerte. Aquí no puedo dejar de mencionar los cinco minutos en pantalla de Darth Vader, que le describen mejor que tres precuelas enteras dedicadas a sus orígenes. Su escena catártica hará estremecerse y babear al más escéptico y puritano de los fans, y de los no tan fans. Y el tercer acto es pura delicia, una de las batallas, sino la mejor, más importantes, desoladoras y enérgicas de la saga.


Una película que vale mucho la pena en el rumbo que ha tomado la franquicia, que satisface plenamente, adulta, convincente, apasionada y auténtica sin separarse un ápice del universo al que pertenece. 

8/10


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