Sabía a lo que iba. Sabía que me iba a destrozar. Sabía que me iba a agarrar del pecho y a zarandearme violentamente. Sabía que me iba a llevar a un terreno amargo. Sabía que me iba a poner un nudo en la garganta y que me iba a costar no tener que restregarme alguna que otra vez los ojos.
Todo el camino que recorre el cuento que nos propone Bayona es obvio y conocido. Pero la fórmula resulta un éxito por algo muy simple: desde el primer momento la obviedad se disfraza de una mentira que el propio espectador se impone, la mentira de que cada cuento tiene su final feliz, de que hay buenos y malos fácilmente identificables gracias a la simbología cultural que les ha ido definiendo con el paso del tiempo, la mentira de que lo que sucede en la pantalla se queda en el terreno de la ficción y no nos puede afectar. 'Un monstruo viene a verme' resulta tan humana como demoledoramente dolorosa, tan sensible como terriblemente sincera, tan paliativa como desgarradora, tan melancólica como esperanzadora.
No es nada azaroso el uso del gris como predominante en la paleta de colores, cercado por ráfagas precisas y minúsculas de colores vivos, ya que la nostalgia y tristeza de la película va acompañada de un mensaje cicatrizante y rehabilitador. No es arbitraria la precisión de los planos detalle, pues la historia abarca un drama enorme donde lo más valioso radica en los gestos y acciones más pequeñas. La combinación del escenario propio de la película con episodios animados, combinando el mundo real con el de los sueños y la fantasía, tampoco es caprichosa, puesto que los sueños pueden contener toda la verdad de uno mismo y que no quiere ver.
El monstruo como elemento explorador de los miedos, los traumas y las incertidumbres del protagonista apela a la ficción como agente capaz de curar. Una de las propuestas del film es precisamente la fantasía como mentira balsámica, capaz de transportar la más sincera de las verdades. Esa verdad que define a cada uno de nosotros, que nos hace vulnerables, oculta tras varias corazas a las que nos aferramos de cara al exterior. El éxito de la película y su capacidad para conmocionar está ahí, en que destroza uno a uno cada blindaje del espectador, para dejarle expuesto y desnudo frente al mensaje final.
Una película que abraza el deploro sin avergonzarse de ello, que manifiesta la capacidad de emocionarse como condición básica de la madurez humana, que sostiene la desdicha como circunstancia capaz de regenerar. Y para ello, una muestra: la maravillosa evolución de la relación entre el protagonista y la abuela, la necesidad de empatizar con lo que más temes para hacer frente al dolor, reparar en que no existe un monstruo que por dentro no esté pidiendo a gritos comprensión.
8,5/10
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