Lo más inteligente que hace esta película en la que el viaje en el tiempo está presente es restar importancia al viaje en el tiempo. No es una película sobre viajes en el tiempo, sino una película en la que el viaje en el tiempo es una herramienta. Su explicación no es necesaria, y por lo tanto se limita a usarlo sagazmente para un fin narrativo mayor: el encuentro de un protagonista que jamás se ha planteado su futuro con su yo de dentro de 30 años para darle caza. Al esquivar el barrizal que supone atender durante una parte del film la maquinaria de la paradoja, se centra en asuntos más interesantes que el propio bucle del que parte la acción.
La historia de un hombre que se droga constantemente, rutinario y que se aburre de su propia existencia, que asesora su futuro sin un plan concreto, y que de repente se expone a lo que él mismo será. Muy revelador y definitorio que esté empeñado en aprender francés y acabe hablándolo perfectamente para no tener que usarlo en su vida. El análisis sociológico que desprende el personaje de Jason Gordon Levitt es brutal, casi parodia a toda una generación de jóvenes empeñados en trabajos sencillos de dinero fácil que apenas dedican tiempo de su vida a vivir. Igual de potente el hecho de que cuando decide romper el contrato con sus jefes sea en el momento en que deciden cerrar su bucle, o sea, mandar a su yo del futuro, Bruce Willis, a su presente para ser eliminado por sí mismo. Porque precisamente en ese futuro está comenzando a vivir de verdad. Un personaje tan celoso del presente, que su mayor enemigo es su futuro.
Una primera mitad del film que da paso a un segundo episodio que nos sumerge en otra intriga moral: el asesinato de un niño que en el futuro será un dictador genocida. Con la misma habilidad que hace con los viajes en el tiempo, la película no se frena para dar una explicación sobre ese futuro, y con un par de frases rápidas y con la simple incursión del semi-villano Jeff Daniels ya nos introduce la idea de que las cosas no deben andar demasiado bien. La cacería de Levitt-Willis pasa a un segundo plano, para abrir la trama más importante: Willis, el Joe del futuro narrativo, empeñado en eliminar a quien cree responsable del asesinato de su amada y de los asesinatos en masa, mientras que Levitt, el Joe del presente narrativo, debe decidir si cerrar el bucle o defender a un niño que, por el momento, es inocente.
Curioso papel también el que juegan las mujeres de la película, cuyos destinos convierten a los protagonistas en monstruos o les redimen y curan de sus traumas. Muy bien introducido este futuro que juega el papel de presente narrativo, sin artificios o excentricidades, cuyos avances tecnológicos y chatarrería resultan naturales respecto al presente real, sembrando la mutación de la telequinesis de una manera que parece arbitraria, pero que finalmente resulta clave en el desenlace. Como los buenos guionistas saben hacer, deja posar una idea al principio para retomarla cuando esté madurada y sirva como acelerador de la trama.
Una película futurista con aroma de tragedia griega, fatalista en sus modos, esperanzadora en su resultado. Los territorios en los que se adentra han sido transitado antes, pero aún así se muestra insólita, manifestándose como un western utópico deambulando en un cuento noir.
9,5/10
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