viernes, 5 de mayo de 2017

Guardianes de la galaxia Vol. 2 (James Gunn, 2017)

Me deja la misma sensación que la primera parte: un soplo de aire fresco dentro de todo lo que nos está ofreciendo en el cine la factoría Marvel, un divertimento mayúsculo que estimula las retinas, la atención y la materia gris de cualquier espectador dispuesto a seguirle el juego. Ya no solo se trata de las aventuras de un grupo de inadaptados, cínicos y entrañables personajes, sino que se permite el lujo de dar dos vueltas de tuerca a la autoparodia, a las referencias tanto internas como externas de su propio universo, y a la incombustible acción tanto en primer como en segundo plano. 

Voy a despachar lo antes posible sus dos puntos negativos: un pelín larga tanto en el nudo como en el metraje posterior al clímax, por una parte. Por otra, los monólogos expositivos están metidos de una manera un poco bestia, y son una pequeña rémora dentro del conjunto de geniales diálogos con los que puede alardear la película. ¿Y lo positivo? Pues todo lo demás. Trata a la perfección su humor gamberro, despreocupado, pero tomado muy en serio, como clave para empatizar con el grupo, y apuesta de forma desvergonzada por los fuegos artificiales y el espectáculo. Escenas como la fuga de Yondy y Rocket, los créditos iniciales con Groot bailando mientras el resto se pelea con un monstruo gigante, o simplemente cada vez que Drax abre la boca atienden a un propósito festivo que está engrasado a conciencia para que el motor vaya con toda la potencia durante todo el rato.


Guardianes de la galaxia confirma ser el lado no solo más salvaje de Marvel, sino el que tiene más personalidad. Se desmarca tanto de la seriedad (véase 'Capitán América 2') como del infantilismo (ojito a 'Ant-Man' en ese aspecto) del que pueden valerse el resto de sus compañeras de franquicia, y tiene la suficiente inteligencia como para no pasarse con sus elementos más puramente mercantiles y vende juguetes (o sea, Baby Groot, que afortunadamente se han contenido con él y cumple con el doble propósito de ser el próximo peluche más vendido en navidad y de ser útil y funcional a la propia película). 


La secuela ha subido el nivel en varios aspectos, como lo puede ser la fotografía o la profundización de los personajes. Chris Pratt continúa sacándole partido a un Star Lord con el que se siente identificado y que le ha dado el asiento de estrella mediática. En otros aspectos, en cambio, lo ha rebajado. Quizá haya un exceso de empalago y previsibilidad tratando el tema de la familia y lo insistente que resulta. Pero sigue logrando la encomiable tarea de sorprender, de hacerte disfrutar como si fueras un adolescente, y, en definitiva, de molar y ser guay, dos adjetivos muy horteras de los 80 que le vienen que ni pintados.

8,5/10


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