lunes, 11 de julio de 2016

Snowpiercer. (Boon Joon-ho, 2013)

Cabalgando entre la distopía y la ciencia ficción postapocalíptica, esta ambiciosa producción surcoreana es una rabiosa epopeya que trata a su máquina como metáfora de la jerarquía social. Visualmente es abrumadora, nada nuevo si tenemos en cuenta que detrás de las directrices de Boon Joon-ho se encuentra la mano de Park Chan-wook, el siempre perfeccionista realizador de 'Old Boy', y con una combinación embragada del dramatismo extremo y el humor negro, uno de los sellos más propios de la cultura oriental. Solo que esta vez interpretada por varios actores occidentales, lo que suma interés por ver cómo administran las pasiones de unos personajes que invitan a la sobreactuación típica asiática. Más allá de un limitado pero convincente Chris Evans, es agradable contar con la presencia de los más llamativos Tilda Swinton, Jamie Bell o John Hurt, y con un villano final delicioso. 

El guion no se preocupa lo más mínimo en atender a los agujeros que pueda ir dejando por el camino que emprenden los protagonistas a lo largo del alegórico tren que sirve como escenario. No es una historia que trate de resultar verosímil, y juega más a ser un cuento para adultos que a explicarnos la forma en que esa sociedad convive. Lo más importante no es el cómo, sino el qué. Incluso a los propios personajes se les explica en unas breves pinceladas, en cortas escenas donde se les deja unos breves momentos para abrirnos su interior, pero no es algo en lo que se vaya a explayar. No lo necesita, la empatización con sus causas y el reconocimiento de sus roles están logrados casi desde el comienzo de la rebelión que se nos expone ya en la primera secuencia. Todo atendiendo a una de las máximas del cine como medio de comunicación revolucionario: contar una mentira para hablar de la verdad. Y sin dejar de invitar a la reflexión sobre la propia naturaleza de las revoluciones y su relación con el poder, de cómo éste maneja los hilos para perpetuarse.


No falta a la cita la violencia, filmada con talento y de forma cautivadora. Las sorpresas que pueda dejar la película no provienen del destino al que nos conduce, sino de de su satisfactorio y extravagante diseño de producción, del simbolismo que cada vagón emana o de la impresionante locura a la que se nos arrastra para hablar de la condición humana. Obviamente, todo el producto sometido al entretenimiento, que no decae ni una pizca en sus dos horas de viaje.

7,75/10


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