miércoles, 13 de diciembre de 2017

Perfectos desconocidos. (Álex de la Iglesia, 2017)

Álex de la Iglesia es un bicharraco muy astuto, con un ojo muy tenaz para crear situaciones cuanto menos extrañas, y ante todo muy fiel a sí mismo. No le creo demasiado talentoso, la verdad. Eso no es un demérito soltado a la ligera, porque es un atributo que se tiene o no se tiene. Sin embargo, en su caso lo suple con una alta porción de profesionalidad, de conocimiento y, a estas alturas, de ser perro viejo. Vamos, que se las sabe todas, y además sabe adaptarse a los tiempos. Recordemos que es él quien ha conseguido que Mario Casas ofrezca registros inimaginables en un actor de su palo. 

Bien, concentrándonos en esta su última película (remake de una italiana, por cierto), esa astucia del director le lleva a enfocar todo el peso de la acción en los personajes, en sus diálogos, reacciones, en algunos gags, en cómo se relacionan unos con otros, en cómo se comportan según qué personaje ocupe el escenario y qué personaje esté ausente. En fin, que las interpretaciones son la base de la película, de una manera muy cercana al teatro, dejando que la sucesión de los acontecimientos fluya y se amolde en torno a ellos. Un reparto de lujo, por cierto, con muchas tablas (aunque Eduardo Noriega no es santo de mi devoción, pero incluso él encaja en este corralillo), y que saben dar, recibir y contraatacar a sus interlocutores con precisión praxiteliana para producir lo que aquí se viene buscando: la risa. 


A todo esto, no podían faltar elementos caricaturescos o fantásticos dentro del mundo costumbrista de Álex de la Iglesia. En esta ocasión, sabe contenerlos y mantenerlos en un plano muy secundario, y llegamos al tercer acto sin que la cosa se desmadre de cualquier manera como le ocurría en anteriores películas. Aquí la cosa se resuelve con mala leche (aunque la mala leche impera desde el minuto 1), con contundencia, pero sin que los cabos que sujetan el barco de desanuden. O sea, todo en orden. La planificación y resolución de las escenas también tiene tela, porque no es un ejercicio sencillo tener un solo escenario con varios personajes y hacer que el ritmo de planos y contraplanos sin que esto sea un muermo. La cosa tiene mucha elegancia y la narrativa del montaje es modélica. 

Tampoco nos vayamos a creer que esto es "12 hombres sin piedad". Aquí es todo más profesional y de gente que tiene las cosas clarísimas de cómo se maneja este tipo de obras. No hay lugar para improvisaciones, está todo muy medido. No hay lugar para las sorpresas, ni a nivel técnico ni a nivel de guion, pues ya el juego que se propone te está advirtiendo que de sorpresas va la trama. Es el buen hacer de los implicados lo que hace que todo funcione como tiene que funcionar. Es una comedia muy de salón, no solo para reírse sino de saber reírse, de entender que lo amargo provoca carcajada si se sabe llevar al terreno que uno desea. Y por mí, dabuti.

7,5/10


No hay comentarios:

Publicar un comentario