Tras confirmarse que el libro se había convertido en un rotundo éxito de ventas, y que daba para franquicia literaria, no se tardó en aprovechar el entusiasmo de toda una generación de jóvenes lectores para llevar la historia de Harry Potter al cine. El resto es historia: la Warner le hincó el diente, J. K. Rowling supervisaría todos los aspectos clave de la adaptación (hasta el punto de eliminar rápidamente la idea de que fuese dirigida por Spielberg), y la saga involucraría a gran parte de los grandes actores y actrices británicos consagrados, aparte de presentarnos a nuevas caras que hoy en día son estrellas mundiales.
La película hizo las delicias del fandom, y de paso atrajo a otros tantos millones de espectadores que aún no habían descubierto lo que eran Hogwarts, muggles, el Quidditch, el callejón Diagon o el andén 9 y 3/4. La producción y el derroche artístico son descomunales, la fe en el proyecto tiene una firmeza demoledora. La transformación de las páginas al celuloide es magnífica, sabe qué pasajes del libro debe dilatar, cuales adecuar y cuales otros eliminar directamente (aunque ojalá Peeves). Técnicamente, y nunca mejor dicho, es pura magia. Aunque a día de hoy algunos efectos visuales quedan algo desfasados, siguen teniendo un atractivo irresistible. Y no hay que olvidar el gran papel de la banda sonora de John Williams, todo un lujo que ayuda a conformar una fantasía fascinante.
La dirección a cargo de Chris Columbus es muy correcta y lineal. Ante tal megalítica obra, ni se complica ni trata de destacar. Sabe muy bien qué clase de producto está tratando y a quienes va dirigido, por lo que deja que sean los propios prodigios del mundo que tiene en sus manos los que cautiven al espectador. Por otra parte, y pese a su experiencia trabajando con niños, está tan encantado con su reparto de infantes que en muchas ocasiones se olvida de dirigirles correctamente, y le salen escenas más bien propias de una obra de teatro de instituto. Gestos y reacciones demasiado marcadas, frases reiterativas con cosas que ya vemos en pantalla, incluso si afinas el ojo podrás ver a algún chaval repitiendo de memoria con los labios el texto de alguno de sus compañeros.
Y sí, qué mojigato es y qué poca capacidad tiene Daniel Radcliffe. Y sin embargo, pese a sus déficits, asimilamos con naturalidad que él es Harry Potter. No hay otro. La mente colectiva rápidamente asumió sin peros su rostro como el del "niño que vivió". Ojito, que en el terreno de algunos actores consagrados también hay carencias de dirección. Robbie Coltrane es maravilloso como Hagrid, pero hay algún defecto de forma en algunos de sus diálogos que le dejan con el culo al aire y el hombre no sabe cómo resolverlos (ese momento en que el trío protagonista descubre cómo enfrentarse a Fluffy, y al pobre hombre no se le otorga por medio de directrices adecuadas una correcta reacción física que acompañe a sus preguntas de a dónde van tan rápido). Y el enfrentamiento final con (SPOILER venga, ¿en serio a estas alturas hay alguien que no sepa quién es el enemigo final?) Quirrell está planificado de tal forma que invita a la sobreactuación por parte de Ian Hart. Aunque como la película tiende levemente al maniqueísmo y el tono no deja de ser de aventura infantil, la actitud forzada de algunos personajes encajan con el conjunto (Fin del SPOILER). Por otra parte, las interpretaciones de Maggie Smith como McGonagall, Richard Harris como Dumbledore y Alan Rickman como Snape no solo aportan veteranía y tablas, sino que resultan maravillosas y otorgan un sólido respaldo a los novicios que soportan el peso de la película.
'Harry Potter y la piedra filosofal' es el comienzo perfecto para la franquicia. Tiene espíritu de aventura y misterio juvenil, te sumerge completamente en el universo creado por J. K. Rowling, con el tiempo se sigue disfrutando como la primera vez, y su inocencia, sencillez y pureza comparadas con sus secuelas más turbias son una delicia.
7,5/10
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