martes, 26 de enero de 2016

Los odiosos ocho. (Quentin Tarantino, 2015)

La octava película de L'enfant terrible de Hollywood contiene todas las virtudes del director, confirma su madurez, solidifica su condición de director de estilo propio e inmutable, aparte de permitirle un reencuentro con sus primeras películas haciendo el juego del quién es quién. 

Como con cada uno de sus últimos trabajos, Tarantino ha intentado llevar hacia el extremo algunos de los ejercicios narrativos a los que nos acostumbra. En esta ocasión, su capacidad de mantener una tensión patente, sobrecargarla hasta hacerla insoportable, y dejar que explote y desate la locura desenfrenada. Esa maniobra ya la realizó en la escena inicial de 'Malditos Bastardos', en 'Django desencadenado' con el enfrentamiento conversacional entre los personajes de DiCaprio y Christoph Waltz, o en el final de 'Reservoir Dogs'. En esta ocasión no se ha limitado a realizarlo en escenas claves, sino que toda la película está construida en torno a ese recurso de suspense. Esto no quiere decir que la película sea pesada. Al más puro estilo de partida de póker, cada uno de los factores implicados va mostrando sus cartas, dando lugar a un hilo contínuo a través de conversaciones e interacciones entre personajes más que en acciones.

Lo más esencial de la película es el aprovechamiento de la cinematografía como principal fuente de narración. Desde el arranque con extensos panorámicos del desolado paisaje nevado que rodea a los personajes, hasta la atmósfera que construye dentro de la Mercería de Minnie. Atención también a las señales que nos inculca a través de los motivos que protagonizan cada plano. La talla del Cristo crucificado con el que la película comienza no es sino la amenaza de lo que se avecina. La crucifixión como un ritual de justicia que la ley romana amparaba, transformado en símbolo religioso a través del cual se han justificado gran parte de los actos más violentos de la humanidad, igual que la horca que le espera a Daisy es lo que propicia el encuentro de los personajes y todo lo que finalmente les ocurrirá. A ello alude también un monólogo cumbre del personaje de Tim Roth acerca de la distinción entre las leyes ejecutoras y los actos vandálicos de revancha. A tener en cuenta que la violencia de Tarantino no es algo arbitrario, siempre lleva implícita cierta denuncia social, nos recuerda que lo que en su ficción es divertido, en el mundo real es la barbarie. 


Por cierto, Samuel L. Jackson hace un papel que bien hubiera merecido una nominación en los polémicos Oscars sin negros. Ejecuta sin excesos a un personaje esencialmente excesivo, y defiende con voracidad su papel de conductor de orquesta. Aunque quien llama la atención y resulta un descubrimiento es Jennifer Jason Leigh como supuesta villana de la función. Es divertida, cruel, escabrosa y sabe recibir con desparpajo las innumerables palizas y humillaciones a las que es sometida durante todo el metraje. 


No puedo cerrar este análisis sin aplaudir la multitud de referencias a las que Tarantino vuelve a aludir, demostrando una vez más la enciclopedia viviente que es. Por 'The Hateful Eight' se dejan ver los misterios de escenario único de Agatha Christie, las deducciones intuitivas de Sherlock Holmes, las presencias y trampas fuera de campo de Godard, el suspense de Carpenter, las sombras, luces, gestos y emblemas del western de Sergio Leone y John Ford, la violencia encerrada de Peckinpah o las elucubraciones dialécticas y oratorias de Sidney Lumet. Eso sin olvidar las referencias a sí mismo. 


Un renovado Tarantino por su sosiego, sin dejar de ser el Tarantino de toda la vida. Los créditos amarillos, la BSO como parte esencial del relato, la tortura sexual, la inconfundible dirección de actores, los flash-backs con final ya conocido, los cigarrillos Red Apple, la fidelidad a un libreto escrito con las entrañas,... Todo lleva su esencia en su película más honesta, con más placer cinéfilo. Por supuesto va a tener detractores, pues habrá quien se baje del caballo con sus dos tercios de alarmante quietud, que no es más que la demostración de que es mucho más importante lo que no se ve o se dice y que el propio espectador tiene que ir cifrando, que lo que la cámara nos muestra.

8/10

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