lunes, 7 de marzo de 2016

Salvar al soldado Ryan. (Steven Spielberg, 1998)

Una de las aberturas fílmicas más memorables e impactantes de la historia del cine muestra las credenciales de esta película. El desembarco de Normandía, rodado visceralmente, en primera persona, mostrando cada detalle del baño de sangre en el que se sumergen los soldados. Spielberg no censura absolutamente nada acerca del infierno de la guerra: amputaciones y desmembramientos, cuerpos que estallan en mitad de la playa, las balas y los cañonazos apoderándose absolutamente de cada palmo del terreno más peligroso en el que te puedas encontrar, sonidos secos en medio de las explosiones, compañeros muriendo de las maneras más crueles y sanguinarias delante de las propias narices de sus amigos. Una de esas ocasiones en las que sientes que las balas no atraviesan simples cuerpos con la misma facilidad que un cuchillo atraviesa mantequilla, sino que atraviesan vidas. 25 minutos del cine más lúcido y audaz, con una de las planificaciones y técnicas más perfectas que se haya rodado nunca. 


Spielberg da un zarpazo con un inicio que no ha dado opción al espectador de acomodarse, desde el primer minuto le ha echado un tenso pulso y le ha hecho perder inmediatamente la inocencia con la que se suele poner uno a ver una película, describiendo sin paliativos y sin medias tintas lo que es la guerra en el propio campo de batalla. Una vez el grupo protagonista de 8 soldados parte a la misión de rescate a la que alude el título del film, la película se convierte en una road movie bélica que en ningún momento pierde la perspectiva del escenario y panorama en el que está situada, un descriptivo viaje por el más desolador de los infiernos, en el que no solo da oportunidad a los soldados americanos de manifestar su pesar con la situación, sino que concede piedad y redención a los propios soldados rasos alemanes en dos magníficos momentos. El primero es el de la liberación del soldado al que el grupo pretende matar tras una de las batallas, y el segundo, en pleno clímax, cuando tanto uno de los soldados protagonistas como otro soldado alemán se enfrentan a cuchillo y en el que solo puede quedar uno. El alemán tranquiliza al americano mientras le mata, para después pasar de largo frente al que no se ha atrevido a inmiscuirse en la pelea. Pocas veces una película americana dota de esa humanidad a alguien de naturaleza nazi.


La película no vive solo de esa acción y dirección perfectas, ya que de paso nos ofrece uno de los papeles de Tom Hanks más memorables y mejor escritos de su carrera, a quien mantiene en un halo de origen y procedencia misteriosos, solo desvelado en el momento oportuno, cuya mano tiembla irónicamente en cada momento de tranquilidad, y que se describe a sí mismo más por sus silencios y por lo que calla que por los que muestra. La película no sería tan buena si no concediera a cada uno de los miembros de la tropa el suficiente tiempo para explicarse y concederles un margen íntimo, al igual que nos permite entrar en los encontrados sentimientos de Ryan (Matt Damon), que se ve en la tesitura de abandonar o no a sus camaradas, sopesando si es justo que todos ellos continúen su labor mientras él se gana el regreso a casa gracias a la muerte de todos sus hermanos.


Si bien el cine bélico americano se caracteriza por regodearse de la espectacularidad de la guerra, en esta ocasión nos señala que en tal espectáculo no existen vencedores ni vencidos a través de hiperrealismo y autenticidad, del terror de los combatientes. Por ponerle una pega, estar escrita en forma de flashback le propicia de una nostalgia y un sentimentalismo que desentonan y que son totalmente prescindibles. Eso sí, junto a la otra introspección en la II Guerra Mundial de Spielberg, 'La lista de Schindler', resulta incontestable como la película más importante del género desde 'Apocalypse Now'.

9,25/10


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