El primer atrevimiento de la productora Laika es cambiar la fórmula a la que la industria nos tiene acostumbrados de película infantil válida para adultos, reordenando el orden de los factores para ofrecernos una película de animación de adultos válida para niños. La propia animación que nos presenta también se sale de argot más popular actualmente, y nos seduce con un stop motion artesanal, cautivador y deslumbrante. La osadía por lo tanto es doble, ya que trasciende el orden establecido tanto en su apartado narrativo como en su sección visual.
Sobra decir que técnicamente es impecable, y como bien indica su protagonista, un muchacho cuentacuentos perseguido inconscientemente por su pasado, cada vez que comienza una de sus historias, aprovechad ahora para pestañear. Porque cada plano es un cuadro de texturas sensitivas, con una mimada disposición de las piezas, las luces y sombras, los colores y los movimientos, sin olvidarnos de que posee una banda sonora deliciosa. La naturalidad y expresividad rebosan en una obra cuyo diseño de personajes renuncia al riguroso realismo antropomorfo para adentrarse en su seductora fantasía.
No dejemos de lado su fábula. Demuestra que una historia no tiene porqué ser compleja para que su relato sea fascinante. Una aventura sencilla y con elementos reconocibles contada con una habilidad poética para aupar el interés por ella. En ese sentido, casi resulta una ofrenda al cine en sus comienzos, cuando las descripciones y las sugerencias eran parte imprescindible para lograr la atención. Y otro éxito es su capacidad de resultar épica y tierna sin recurrir a sensiblería o ampulosidad.
Hay mucho para aplaudir en este oasis del cine de animación. Es una epopeya gratificante, original y alejada de la deshumanizada y vigente ambición por cosechar cifras por delante de la calidad. Exquisita, madura y profunda. Un último atrevimiento que señalar: sus creadores no pretenden imitar a nadie, ni siquiera a sí mismos.
9,5 / 10
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